De vez en cuando, no está mal abrirse a otras formas de entender el cómic, más allá de las de quien suele encargarse de este rinconcito. Por primera vez, y para que sirva de precedente, ‘Viñetario’ abre su espacio a una firma invitada. El colaborador en presa Javier Sánchez (Huesca, 1976), a punto de publicar el poemario ‘Cuaderno a Quiteria’ (Instituto de Estudios Altoaragoneses), nos ofrece su particular reseña de ‘Esther y su mundo’.
En el filme de 1997 ‘Haman, el baño turco’, dirigida por Ferzan Ozpetek, uno de los protagonistas, Halil Ergün, muestra con picardía al personaje encarnado por Alessandro Gassman, una pequeña ventana por la que se puede observar sin ser visto la zona reservada a las mujeres. Allí parece transcurrir su auténtico mundo, sin velos, ni largas túnicas ni misterio alguno.
Ahora que Glénat reedita los cómics de ‘Esther y su mundo‘ y al abrir su lujosa y cuidada encuadernación, pienso que Purita Campos (porque Esther siempre fue hija de Purita, aunque los guiones los firmara un tal Philip Douglas), fue un poco, sin quererlo, la que abrió ese ventanuco secreto, para nosotros, los chicos de la época y que ha vuelto a abrirlo de nuevo para los de lectores de ahora , aunque muchos prefirieran entonces y sigan prefiriendo, al Capitán Trueno, al Jabato o a Mortadelo y Filemón.
Y digo bien, para nosotros, los chicos, los pocos, creo, que leíamos entonces -ahora tengo 34 años- siempre a escondidas y con rubor, siempre de ejemplares robados de nuestras primas, como es mi caso o hermanas, las aventuras de una chica pecosa y pizpireta, que se ponía bañador para ir a la piscina -algo que nunca harían Sigrid, la novia de Trueno o Claudia, la de Jabato, aunque ésta, al ser una patricia romana, fuera algo más descocada- y que planchaba en ropa interior. Una chica a la quieren detener acusada falsamente de robar en unos grandes almacenes, a la que chilla su hermana mayor, Carol y que tenía que aguantar las puñaladas traperas de su amiga Rita, las gansadas de Juanito, el chico que le gusta y que su tío Teo -y después marido de su madre- le diga que era una pena que no se hubieran conocido cuando él tenía su misma edad.
Esther reparte periódicos, lleva minifalda y unos ‘shorts’ cortísimos, y vive en un Londres con el que Jordi Labanda y todos los ilustradores que le han seguido el paso solo han podido soñar. Esther es una chica, como digo, de verdad, de esas a las que los chavales de todas las épocas se dirigen con la voz temblorosa, más temibles por la turbación que causan a su paso que todos los villanos a los que rutinariamente han de hacer frente los superhéroes, juntos.
En su intervención en el Salón del Cómic de Zaragoza, la propia autora dijo con una gran sonrisa «yo dibujo para ellas, ya lo saben». Y yo pensé para mis adentros «y para nosotros, aunque usted no lo sepa» y quizá fue por eso por lo que después, en la firma, le pedí que me dibujara a Juanito. ‘Esther y su mundo’ es así, pura educación sentimental hecha cómic; para chicas, sí, pero también para todos los chicos que quieran saber realmente cómo son ellas, cómo es su mundo, cómo sienten o cómo se divierten. Puro conocimiento femenino, mucho más allá de las curvas de las modelos de Playboy.
Nick Hornby reivindicaba, tras firmar el guión de ‘An Education’, más historias en las que fueran ellas las que aprendieran de la vida, ellas las que dan el estirón y las que recorren Oxford en bicicleta. Aquí ya las tuvimos desde hace más de 30 años. En el cómic español son ellos, sí, los que pegan mamporros, dicen «cáspita» o ríen a carcajadas, pero Esther es la única capaz de enamorar a los superhéroes de carne y hueso de todas las edades.