Dice Sergio Aragonés (San Mateo, Castellón, 1937) que, frente a la creencia popular, no es el dibujante más rápido del mundo. «Es algo que dijo una vez un periodista, y han ido repitiendo todos tras él», asegura. En cambio, aunque quizás en su modestia también lo niegue, es probablemente el autor de cómic más simpático y querido del medio. A sus 76 años, este hijo de exiliados españoles tiene más de medio siglo de carrera a sus espaldas. Sin apenas hablar inglés, dejó México para probar suerte en Estados Unidos. Allí se convirtió en dibujante habitual de la famosa revista satírica MAD y rompió moldes al convertirse en el primer autor en conservar la propiedad de su obra en Marvel.
Hace 30 años ya, Aragonés creó a su personaje más conocido, Groo, un bárbaro estúpido en el que todavía hoy sigue trabajando junto a sus colegas Mark Evanier, Stan Sakai y Tom Luth. En los últimos años, también le ha cogido el gusto a explicar anécdotas personales en ‘Sergio Aragonés Funnies‘, un cómic que tarde o temprano llegará a España.
Desde su casa de Ojai (California), y sin soltar el lapicero mientras dibuja una nueva serie de Groo, este hiperactivo artista ha sacado un rato para charlar sobre su vida y obra en una entrevista para Charrando de Tebeos y Viñetario. La conversación se celebró a través de un sistema de videoconferencia el pasado 27 de marzo de 2014.
La charla en formato audio puede escucharse completa aquí.
Naciste en España, y al poco tus padres tuvieron que exiliarse a Francia por la Guerra Civil. ¿Qué recuerdo se guardaba en tu familia de España y de aquel dramático momento? ¿Era un tema que salía en las conversaciones?
Pues claro, fíate. Es el caso de todos los refugiados. Cuando salimos, lo hicimos por lógica, porque se había perdido. México fue uno de los pocos países que entonces aceptaba refugiados españoles, porque el resto tenían miedo al comunismo; los Estados Unidos y todos los países que estaban haciendo la guerra no aceptaban refugiados, porque nos llamaban «los rojos». Al llegar a México nos abrieron las puertas con gran cariño. Fue un poco difícil para todos los españoles encontrar trabajo. Mi padre, que en aquella época era estudiante de Medicina, no podía ya hacer nada sino tratar de ganarse un poco la vida para sostener a mi hermana y a mí.
Antes, de España nos fuimos a Francia, donde estuvimos varios años. Mis padres pensaron que era algo eventual y que íbamos a regresar a España o irnos a México, por lo que era mejor que yo aprendiera francés para tener dos idiomas en el futuro. Así que, cuando llegamos a México, no hablaba español, solo hablaba francés.
En México, tu padre trabajó en el negocio cinematográfico. Eso debió marcar bastante tu infancia.
Mucho, mucho. Fue una serie de coincidencias. Como en mi familia eran todos valencianos, cuando llegaron allí se juntaron con otros en la Casa Valencia, que era donde iban todos los exiliados que procedían de esa zona para hablar de la guerra y de lo que estaba pasando en España. El sitio donde se reunían estaba encima de un cine pequeño, que solo proyectaba películas de animación. Me llevaban allí, ellos se iban a la junta y me dejaban en el cine, donde pasaba varias horas viendo películas repetidas una y otra vez. Aquello fue una gran influencia para mí.
Mi padre, al llegar a México, empezó como todos, de vendedor de anuncios, de cualquier trabajo que se podía encontrar. Un día leyó en el periódico que necesitaban extras de cine que fueran españoles, para una película que se llamaba ‘La Virgen que forjó una Patria‘. Transcurría en la Guerra de Independencia de México, y necesitaban extras para que hicieran de soldados españoles. Llegó mi papá, que era completamente español, y empezó de extra. Buena paga, muy fácil trabajo. Se quedó, luego se volvió actor y, como era políticamente envuelto, fundó la Asociación de Actores, con gente como Jorge Negrete y Cantinflas. Ahí siguió y llegó al punto de ser productor de cine, hasta que falleció en los años sesenta. Crecí en ese ambiente cinematográfico.
Mark Evanier comentó como dato curioso sobre tu biografía que hiciste de doble de Irish McCalla, la actriz que protagonizaba la serie de televisión ‘Sheena, la reina de la jungla’. ¿Esto es verdad? Porque no te pareces en nada a ella…
Es cierto… ¡Es que ustedes no me han visto! Siempre he sido deportista, era nadador, hacía remo… Estaban rodando los episodio de ‘Sheena’ en un sitio que se llama Las Estacas. El director de la serie era Ismael Rodríguez, para el que mi papá trabajaba en aquella época como gerente de producción. Resultó que aquel día la doble de Irish McCalla no se presentó y necesitaban seguir filmando. Mi papá dijo: «Pues mi hijo es nadador». Me pusieron un bikini, una peluca y lo único que tuve que hacer fue coger una liana y saltar desde un árbol al agua.
¿Qué cómics te influyeron en un primer momento? En alguna ocasión has contado que tu familia de España te mandaba tebeos.
Nos enviábamos cosas de México a España y de España a México. Sabían que me gustaba dibujar, así que me mandaban tebeos. Mis primeras influencias fueron los tebeos españoles, el TBO clásico, y también me llegaban cosas de una tía que tenía en Argentina. Había un dibujante español maravilloso, Coll, y el fue uno de los que cuando niño copiaba. Agarraba el cómic y empezaba a dibujar sus expresiones, que recuerdo muy bien. También me influyó el argentino Oski, un dibujante maravilloso. Aprendí de todos, pero de España muchísimo, porque el humor en aquella época era bastante blanco, y era el que me gustaba.
Cuando estudias arquitectura en la Universidad de México, a la vez recibes clases de pantomima con Alejandro Jodorowski, dibujas para revistas, haces teatro aficionado… ¿Siempre has sido tan hiperactivo?
¡Sí! Es más, ahorita estoy trabajando mientras charlamos…
Por curiosidad, ¿qué estás dibujando ahora mismo?
Estoy haciendo una página de Groo para el nº 1, que se llama ‘Friends and Foes’ (‘Amigos y Enemigos’), de una serie de 12 números en la que Groo regresa a todos los sitios en los que transcurren los primeros cómics, para volver a usar a todos los personajes que aparecieron. En cada número saldrá uno de estos personajes, y toda la historia está unida. Acabo de escribir el nº 2, se lo llevé ayer a Mark [Evanier] para que ponga los diálogos. Ahorita estoy dibujando unos piratas, acabo de hacer la nariz de uno…
Quizás para cuando acabe la entrevista ya te has dibujado la página entera…
Pues ya me he hecho una viñeta… Sobre cuando hacía teatro universitario, ocurrió que mis amigos de la universidad no eran los que querían ser arquitectos, sino los que estudiaban arquitectura y querían ser directores de cine, pintores… Los que tenían otros intereses además de la arquitectura. Uno de mis mejores amigos es un actor mexicano que se llama Héctor Ortega. Por entonces, cuando acababa mis clases, me iba a buscarlo para ir a los billares o hacer cualquier cosa, y me sentaba en la audiencia a ver cómo acababan los ensayos. Si faltaba alguien, me llamaban para que lo sustituyera haciendo algún papel. Así que por natural ya me quedé con el grupo… Por eso, y por las chicas, claro.
Estamos hablando de los años 50 y no era fácil hacer citas con chicas, porque siempre lo querían tomar en serio o teníamos que salir con sus tías, con el hermano… Las chicas que hacen teatro son un poco más liberadas que las otras. Ellas tenían el mismo espíritu que nosotros, podías hablar con ellas de cosas más interesantes que lo que te podía contar una chica que estudiaba taquigrafía en una oficina. Eran más avanzadas en todo; sabían quién era Chejov, por ejemplo.
Estudiabas una carrera de provecho, hacías teatro rodeado de chicas… Pero en 1962 coges un autobús y te vas a Nueva York a probar suerte como dibujante. ¿Qué te llevó a una jugada tan arriesgada?
Sabía que en Estados Unidos había publicaciones con tiradas enormes. Yo ya tenía mi página semanal en Mañana, una de las revistas más importantes de México, y tenía otros trabajos. Pero la circulación de revistas en México era de 10.000 o 20.000 ejemplares, y cuando me empecé a enterar de que en Estados Unidos se tiraban por millones, me dije: «Ahí es donde yo me voy». Ya de joven me iba a los hoteles a mirar los chistes en las revistas extranjeras, y vi todas aquellas revistas americanas que tenían humor. «Hay tantas que tengo que ir allí a buscar fama», pense. El inglés apenas lo hablaba, solo cosas básicas como «Hola chica, ¿quieres visitar la ciudad universitaria?».
Me fui a Estados Unidos en camión y llegué con 20 dólares, que se me acabaron en medio día. Empecé a trabajar en un teatro, que se llamaba el Café Flamenco, recitando a García Lorca. Fue una de esas cosas que pasan fortuitamente, que son pura suerte. En mi primera noche, iba andando en el Village y pasé delante de un café donde estaban tocando flamenco, y había unos borrachos que querían una canción que se llama la ‘Malagueña’. El chico que tocaba la guitarrá les interpretaba la ‘Malagueña’ de Lecuona, y estos borrachos querían la ‘Malagueña’ mexicana. Le insistían; le hacían el falsete y todo. Fui al dueño, que estaba ahí, y le dije: «Oiga, yo se la canto y así se libra de ellos». «Sí, por favor», me dijo. Les canté la ‘Malagueña’ y se fueron muy contentos.
Le dije al dueño que si me daba trabajo allí y me respondió que sí, pero solo si sabía canciones españolas, porque aquello se llamaba el Café Flamenco. «Canciones no sé, pero sé poemas de García Lorca». «Hágalo». Me sabía de memoria tres o cuatro poemas, y los hice. Pero cuando acabé, el dueño, feliz, me miró para que siguiera: tenía media hora más. Así que, como me di cuenta de que la audiencia no sabía español en absoluto, empecé a recitar al estilo flamenco canciones mexicanas antiguas: «Este es el nuevo corrido que yo le vengo a cantar…». Yo sudando y sudando, porque aquello no era Lorca, pero pasó la media hora y todos aplaudieron. Pasé una canastita y me dieron dinero; el primer dinero que gané en Estados Unidos. Al día siguiente, me fui a comprar un ‘Romancero Gitano’ a la librería y ahí seguí. Por las mañanas iba a visitar las revistas a vender mis cartones…
¿Cómo era el ambiente del Nueva York de entonces para un hispano?
No había diferencia. El hispano que está en el ambiente no se diferencia como si fuera un marciano, no importa lo que sea. Entonces era el final de la bohemia, de lo que eran los ‘beatniks’. A principios de los 60 había ya más ‘beatniks’ falsos que auténticos -porque los de verdad eran de una tristeza espantosa-, que vestían estrafalarios, con pelos largos y barbas… Me acomodé inmediatamente, y el hispano no tiene problemas cuando está en el ambiente al que pertenece. En la actualidad, en California, tenemos muchos problemas porque los de habla hispana que vienen son gente que trabaja en el campo, que muchas veces no ha ido a la escuela, y la gente los pone a todos juntos, sin diferenciar. Pero si hablas bien y trabajas bien, no hay ningún problema, en absoluto.
Has contado muchas veces cómo fue tu ingreso en la revista MAD… Una vez más, por favor. Lo hiciste de la mano de un gran artista, Antonio Prohías.
En aquella época no eran muy populares los cartones sin palabras. El humor americano está basado en el inglés, que es ante todo hablado, así que la mayoría de revistas no aceptaban chistes mudos. Yo venía pues con un handicap bastante fuerte, y cuando visitaba las revistas me decían: «Esto está muy loco, tiene que irse usted al MAD». Conocía perfectamente lo que hacía MAD, no hacían chistes sin palabras, que era lo que yo hacía… Pero tengo que ir, porque todos me dicen que vaya.
Al llegar me quedé sin saber qué decir. Imagínate, el MAD, yo que era superfan del MAD en México y cuando salía iba a buscar a amigos que supieran inglés para traducírmelo, y salían corriendo, porque se iban a tener que pasar dos o tres horas leyéndomelo. Lo único que supe hacer fue preguntar si estaba Antonio Prohías. Me daba vergüenza que vieran mis trabajos, así que me dije: «Mejor voy a conocer a Antonio». Me gustaban sus cosas ya desde antes, porque en México la revista Bohemia publicaba sus cartones ‘El hombre siniestro’.
De casualidad Antonio estaba allí y salió a recibirme: «¡Mi hermano, mi hermano, chico, qué bueno que viniste!», porque el cubano nos llamaba a todos «hermano». Empezamos a conversar y le dije que por qué no me presentaba a los editores de MAD. «Te vas a tener que presentar tú», me dijo, porque él tampoco hablaba bien inglés. Salió el editor, que pensó que yo era de verdad hermano de Antonio. Hablamos, vieron mis trabajos, les gustaron, pusieron varios cartones en dos páginas y así fue cómo empezó todo…
Me dijeron que les llevara más cartones, y al día siguiente estaba en las puertas de la oficina con un nuevo artículo. Eso nunca les había pasado, porque generalmente un dibujante normal se toma un par de semanas. Se volvieron locos al ver que podía entregar material tan rápido. En el primer número en que participé la portada era idea mía, y había hecho dos páginas y los marginales, los pequeños dibujos que hago en los bordes. Y ahí me quedé ya.
Nunca he fallado un número, excepto uno, y no fue mi culpa. Estaba en Francia y el correo no llegó a tiempo. Desde entonces llevo cincuenta y dos años sin fallar ni una entrega.
Se dice que, si los editores te dejaran, serías capaz de dibujarte un MAD tú solito.
Sin problema, claro. Ahora acabo de terminar una serie de 12 comic book que se llama ‘Sergio Aragonés Funnies‘, que ha publicado Bongo, y ya tengo hablado con otra compañía para sacar el nº 13, que va a ser un nuevo nº 1 otra vez… Como Groo, que tiene ya 50 nº 1 (risas).
En MAD entraste en 1962 y ahí sigues, hiciste de ella tu hogar. ¿Cómo ha sido esta experiencia de dibujar tanto tiempo para una revista y ver desde ella cómo cambia la sociedad estadounidense?
Ha sido una vida entera. También de aprender. Cuando empecé me hice buen amigo de los editores y me dejaban pasarme la noche en las oficinas. Ellos se iban, me encerraban, porque tenían que poner la alarma, y yo me quedaba toda la noche estudiando los números antiguos del MAD, viendo los originales de todas esas gentes como Jack Davis. Me pasaba noches enteras abriendo cajones y estudiando estas maravillas de dibujos… Y también dormía, claro. Cuando llegaban por la mañana, abrían la oficina, quitaban la alarma, y yo o me iba o me ponía a trabajar allí.
MAD era mi casa, entonces estaba soltero… Además aprendí inglés rapidísimamente, quizás porque tenía facilidad al hablar ya dos idiomas. Acomodarme a la sociedad fue un poco difícil, porque estaba muy acostumbrado a la vida española. Mis papás siempre pensaron que un día regresarían a España, aunque nunca lo hicieron, y en casa yo hablaba con la ‘c’ y la ‘z’ y cuando salía a la escuela hablaba con la ‘s’ para que no se burlaran de mí. El cambio americano fue un poco duro. Tenía 24 años y no paraba de preguntar para aprender y poder identificarme con una cultura que era tan extraña para mí. Pero me amoldé muy rápido, y bien.
A finales de los años 60 dibujaste algunos trabajos para DC, pero no estabas de acuerdo con la política de derechos de la editorial y eso te llevó a dejarla.
Correcto. Fue cuando empezaron a aplicar el ‘work for hire‘, una cláusula que te hacen firmar para que seas básicamente un empleado sin ningún tipo de garantías, y todo lo que hagas pertenezca a ellos. A mediados de los 60, cuando empezó esto, yo dije: «Cuando haga un trabajo, va a ser mío».
Me fui a visitar España, primero con un poco de miedo, porque Franco seguía en el régimen. Me habían mandado una carta para presentarme al servicio militar en España. No pensaba ir para hacer algo que ya había hecho en el año 1957 en la marina mexicana. Pero luego me llegó otra carta que decía que si no me presentaba en España era un desertor y tenía pena de muerte y cosas espantosas… «Bueno, pues no podré ir nunca más a España», pensé. Después me llegó otra carta que decía que estaba perdonado. «¡Pues muy bien, gracias!». Nos indultaron por estar afuera.
Entonces ya me sentí seguro y me fui a España en 1966. Me pasé varios meses, visitando a la familia y viajando por todo el país. Conocí a grandes dibujantes. Me presenté a ‘La Codorniz’, una de las revistas de humor más importantes que había en España. Luego de ahí me fui a Francia, a conocer a los todos dibujantes de Pilote, Tintín y demás. En total, me pasé dos años en Europa.
Cuando regresé a Estados Unidos, volví ya con la intención de publicar mi cómic y ser el dueño de mi material, como ocurría en Francia, Bélgica o Alemania. Pero en Estados Unidos me decían que no, y me tomó casi diez años para publicar Groo siendo yo el dueño.
¿Influyó en este empecinamiento tuyo por defender tus derechos la conciencia social que habías respirado en un hogar de exiliados de la Guerra Civil?
Mi padre me dijo: «No quiero que te pase lo que me pasó a mí». Así que siempre me dijo que no me metiera en política. Y siempre me sentí un poco extranjero en todos los sitios, porque el primer uso cuando dices algo contra la gente, es decirte que no eres de allí. En México yo siempre fui español, y no podía hacer política porque así se me consideraba, aunque fuera mexicano. En Estados Unidos también soy un extranjero y nunca me he metido en política.
Tengo mis ideas, que son muy propias, y generalmente en el MAD o en Groo hago una crítica más social que política. Hago crítica de las cosas que puede arreglar la gente, como la polución, la inmigración…
A los niños les gusta Groo por lo absurdo del dibujo; a los jóvenes con ideas les gusta el contenido. En eso tiene que ver el diálogo de Mark, que es un gran escritor. Trabajamos de una manera muy cómoda, escribo la idea, la dibujo, y luego le doy a Mark la lámina a lápiz para que corrija los diálogos y ponga su humor. Funciona en gran parte también como editor.
Antes de hablar más de Mark… ¿En qué época te vas a vivir a Ojai, California?
Hace 30 años. Vinimos a rentar un caballo para mi hija, y vimos que las escuelas de Ojai estaban muy bien, así que nos mudamos para que ella estudiara aquí. Es un pueblito que no más tiene 8.000 gentes, muy tranquilo, a 100 kilómetros de Los Ángeles. Primero cuando mi hija empezó a crecer monté mi estudio en una oficina en el centro del pueblo, y luego cuando creció y no daba ya la lata con sus amigos, me volví a casa y lo instalé en un cuarto.
¿Cómo te cruzas con Mark Evanier, tu pareja profesional durante tantos años?
¡Era fan! Lo conocí primero cuando vino a MAD de visita, él tendría 15 años o así. Yo ya vivía en Los Ángeles, pero de casualidad estaba en Nueva York. Me habló y me pidió que diera una conferencia al club de cómic que tenían en Los Ángeles. Él después empezó a trabajar para Jack Kirby, como asistente para escribir.
Cuando comencé a hacer el Groo, me di cuenta que tenía que ser un cómic mensual, y yo entonces tenía otros contratos, escribiendo para la televisión y haciendo el MAD. Necesitaba a alguien que me ayudara con los diálogos, porque no me daba tiempo de pensarlos y se lo pedí a Mark. Así que empezamos a colaborar y hemos hecho además de Groo una gran cantidad de cómics para DC, Marvel, Dark Horse…
El cómic que hago ahora, ‘Sergio Aragonés Funnies’, lo escribo y dibujo yo por completo, porque parte de las historias son memorias. Es exactamente igual que el ‘Solo’ que editó DC, cuento cosas que me han pasado, mis primeros días en MAD, cuando mis papás salieron de Europa… Saldrá en España en formato de libro.
Es como se publican ahora en España la mayoría de tebeos.
Es lógico. Por mucho que lo queramos, la nueva generación no está aficionada al cómic, prefieren Internet y demás. El cómic, como medio internacional de comunicación de humor, ya no va a ser, se va a convertir en algo más especializado.
Veo un gran futuro al cómic, y a los nuevos autores. Pero hago la comparación de los cómics con los caballos. Antes todo el mundo tenía que desplazarse a caballo, no había otra manera. Cuando salió el auto, el caballo desapareció como medio de transporte general, pero sigue siendo una gran industria. Hay carreras de caballos, rodeos, equitación… El caballo sigue vigente, pero se ha especializado. Con el cómic va a pasar lo mismo. Va a desaparecer el cómic basura y se va a quedar el cómic fino, porque la gente va a buscar lo mejor.
Lo que va a desaparecer es el coleccionismo de cómic. El coleccionista, por el mero hecho de coleccionar, hizo un gran daño a la industria del cómic, porque generó muchas ventas falsas…
La famosa fiebre de los años 90 de números 1 con portadas especiales.
Yo mismo hice en los años 90 un tebeo, ‘Magnor’, cuyo nº 1 tenía una portada desplegable. No sé si lo vieron…
En España ‘Magnor’ está ahora descatalogado y es difícil de conseguir. Ocurre lo mismo con Groo y con casi toda tu obra.
Aquí en Estados Unidos pasa igual. Llevo más de 100 libros publicados desde los años 60, y ahora no hay ninguno en imprenta, todos están agotados. Hice una serie de 16 libros de bolsillo para MAD, con material nuevo, y la única manera de conseguirlos ahora es comprándolos de segunda mano por Internet. Pasa inclusive con los nuevos de Groo, que no los puedo encontrar ni yo.
Quizás ahora que peinas canas en el bigote, alcances un nuevo récord: además del dibujante más rápido del mundo, te conviertes en el que vende más cómics de segunda mano.
(Risas). Lo absurdo es que algún reportero me entrevistó y me pidió que hiciera un dibujo. Me tomó 15 segundos, porque era un Alfred E. Newman, que lo he hecho ad infinitum, y escribió que yo era el dibujante más rápido del mundo. Detrás vinieron otros reporteros que, en lugar de escribir desde el principio, copiaron lo que dijo el primero, lo cual… ¡Es un problema, porque no es cierto! Sí, soy rápido, porque tengo un estilo muy suelto, porque es humor. No tengo que hacer una mano que parezca una mano, los dedos parecen cuatro salchichas… ¡Y no importa!
Dices esto, pero hay páginas de Groo con fondos, edificios y barcos, que tienen mucho trabajo y eso no lo puedes dibujar en dos minutos…
Sí, sí, lo hago en dos minutos… Quiero que el lector esté cómodo, que no interrumpa la historia por algo mal dibujado. Cuando lees un cómic y ves un dibujo mal hecho, tu cerebro detiene la historia y se rompe la unidad narrativa. Es algo que siempre me ha preocupado, porque me ha pasado al leer cómics y ver cine, y me aterra. Por eso he dedicado mucho tiempo a documentarme, a aprender a hacer cerámica, carpintería o miniaturas de barcos, para aplicarlo en mi trabajo.
¿Pero de dónde sacas tiempo para todo?
Miren, yo no tengo esas cosas de las computadoras, como Facebook y demás. La computadora la uso para mi trabajo, no le doy ningún uso social.
En 1984 aparece Groo, hace ya 30 años. ¿De dónde te sale la idea de crear a este bárbaro y por qué lo haces ser tan tonto?
Si no fuese estúpido, se volvería un Conan. El personaje surgió por necesidad. Quería hacer un cómic totalmente nuevo y me planteé qué no había. Empecé a estudiar personajes: piratas, vaqueros… Había ya de todo, pero de bárbaros no se había hecho nada de humor. «Esto es ideal -me dije- porque puedo dibujar dragones, brujas, barcos… Todo cosas divertidas».
En el cómic y en el cine en realidad solo hay cinco historias. En los vaqueros, alguien mata a su familia y él va a matar a quienes mataron a su familia; él llega a un pueblo, y lo limpia… O sea, en media hora te puedo dar todos los temas que se han hecho con vaqueros, y ya. Lo demás es repetir. Cuando haces humor, la base es el chiste, el final, algo que te haga gracia. Y no puedes hacer gags de alguien serio, necesitas a un personaje estúpido que te dé pie al humor.
Groo es un cómic ‘raro’ para Estados Unidos, sería más propio del mercado europeo. ¿Cómo lo ve la gente allí?
Exactamente como lo has descrito. A la gente que lo lee le gusta, pero no es lo que buscan los que van a las tiendas de cómics, el humor no es su interés principal. En Japón no gusta Groo, porque el humor de allí es muy correcto y no se burlan de nada. Es un poco como en Francia, donde mis cómics tampoco se publican. Ellos venden, no compran. Tienen cientos de autores buenísimos, no necesitan un humor extranjero, y yo lo entiendo.
El humor americano es más una sinopsis. Yo cuento en 24 páginas lo que a un europeo le tomaría 100 páginas, porque el europeo se entretiene en la historia. Si yo quisiera vender Groo en España o Francia, lo que hago en Groo lo tendría que desarrollar en 70 páginas. Pero hay una gran diferencia entre el escritor, el dibujante, y el dibujante que escribe sus historias. Cuando eres dibujante no te molesta dibujar la misma cara muchas veces. Cuando eres escritor, no te importa parar la historia para embellecerla con palabras. Esto a mí me aterra, porque quiero contar la historia, que los lectores se diviertan y hacer cortes de un sitio a otro rápido. Al escribir mis propias historias, puedo quitar lo superfluo e ir directo a la historia, acabarla pronto, y poder contar otra cosa nueva.
Hay dos momentos que marcan el devenir de Groo, la aparición del personaje de Rufferto, su fiel perro, y cuando él aprende a leer, en el número 100 de la colección.
Groo hacía estupideces porque no sabía leer. Pero me di cuenta que la mayoría de la gente que comete errores en el mundo, políticos y demás personas importantes, sabe leer y es estúpida.
Al final sí que vas a tener un mensaje político…
Pues claro que lo hay. Cuando hago que Groo aprenda a leer, ya no puedo culpar al analfabetismo de sus errores, los comete porque es estúpido de nacimiento. Si lo lees a fondo, te das cuenta de que es un cómic anti-violencia, porque Groo nunca gana, ni la gente que trata de usarlo en su beneficio. Groo viene siendo un catalizador que, por su ignorancia, consigue que los que quieren hacer el mal fallen.
Fracasan también quienes tratan de hacer el bien. Al final todo el mundo sale perdiendo en las historias de Groo.
Básicamente, es eso, que la violencia no paga. Groo viene siendo la policía, la armada, los ‘bodyguards’… Groo representa todo lo que puede ser mal usado.
Pero cuando se vuelve inteligente, Groo no quiere usar la violencia.
No, pero la tiene que usar… Porque si no me quedo sin trabajo.
¿Y por qué te animas a ponerle a un compañero de aventuras como el perro Rufferto?
Llevaba ya veintitantos números, y me di cuenta que Groo no podía pensar, alguien tenía que hacerlo por él. Por eso le di un par, para que pudiera haber un diálogo. Pero no podía ser más inteligente, porque entonces Groo pasaría a ser un ‘second banana’ y el listo dominaría la historia. Primero pensé en crear un perro bárbaro, un mastín tan estúpido como él. Pero con dos estúpidos juntos la historia no iba a funcionar. Por eso pensé en Rufferto, un perro listo, pero que piensa que Groo es infalible.
Siempre has trabajado con el mismo equipo creativo: Mark Evanier en los diálogos, Stan Sakai como rotulista y Tom Luth a los colores. Tras tantos años juntos, debéis de funcionar casi como un engranaje perfecto.
Así es. Dibujo las páginas a lápiz, se las llevo a Mark, que vive en Los Ángeles, a 100 kilómetros, comemos juntos y corrige el diálogo. Él se lo manda a Stan, que pone las letras. Stan me lo manda a mí por mensajería, lo entinto, y se lo mando vía computadora a Tom, que lo colorea. Después de tantos años ya ni reviso el color, así que Tom es quien se lo envía directo a los editores.
¿Cómo fue ver Groo publicado en España?
Dibujaba las portadas especiales para España, me encantó hacerlo. Lo que lo hacía muy especial y divertido era verlo escrito de la manera en que lo había pensado, porque yo sigo pensando en español.
Tras muchos años como serie regular, en los últimos tiempos Groo se publica en forma de miniseries. ¿Cuál es su vida editorial ahora?
Hace varios años decidimos hacer un ‘crossover’ de Groo contra Conan. Siempre he estado un poco en contra de estas mezclas, que me parece que se hacen para vender más a los coleccionistas. Pero cuando Dark Horse obtuvo los derechos de Conan, quisieron hacer un ‘crossover’ con Groo, y accedí. Mi problema era que Groo no puede ganar a Conan, porque la gente de Conan no lo va a dejar, ni Conan puede ganar a Groo, porque no lo voy a dejar yo. Ese era el primer dilema.
El otro dilema era cómo hacerlo. Yo había dibujado unos cómics escritos por Mark: ‘Sergio Aragonés destruye DC’, ‘Sergio Aragonés masacra Marvel’ y ‘Sergio Aragonés stomps Star Wars’, editados por DC, Marvel y Dark Horse, respectivamente, en los que hacíamos burla de sus personajes. En estos cómics incluí a Mark y a mí mismo como personajes, de manera que así la historia era una fantasía nuestra que no interrumpía la continuidad. Esto me sirvió para encontrar la solución a la historia de Groo y Conan: incluirme también a mí y Mark como personajes.
Me tomó un año encontrar la historia que quería hacer. Soy muy aficionado al cine japonés y sobre todo a Akira Kurosawa. Tiene una película, ‘Rashomon’, que cuenta la historia desde tres personas diferentes. Apliqué esta solución a mi cómic y resultó muy bien. Pero tras dibujar dos números, enfermé y me puse muy mal. Tuve un problema en las vértebras, me tuvieron que operar y estuve medio año sin poder trabajar. Después retomé el hilo y acabé los dos números del ‘crossover’ que faltaban. El primer número saldrá en junio. Será una serie mensual, y cuando acabe esta empezará a salir de nuevo ‘Sergio Aragonés Funnies’, así que ya recuperé el ritmo.
¡Te has recuperado perfectamente!
Bueno, después de eso volví a tener problemas de salud y tuve que volver al hospital. Me pasé un par de años bastante mal y me atrasé con bastantes cosas. Pero ya estoy recuperado del todo.
Al hilo de esto, hemos seguido la situación de Stan Sakai y su esposa. Desde España, aunque cada vez menos debido a los recortes en la sanidad pública, nos sigue sorprendiendo que en Estados Unidos se den este tipo de casos.
La mujer de Stan padece un tumor, que la ha llevado a estar en silla de ruedas y necesitar de cuidados médicos continuos. Un gasto importante para un dibujante de cómics. No creas que somos millonarios, no ganamos mucho. Stan publica su ‘Usagi Yojimbo‘, pero es un cómic en blanco y negro y con eso no hace mucho dinero aunque tenga muchos fans. En Estados Unidos hay también sanidad pública para los mayores de 65 años, pero Stan es joven aún para tener acceso al sistema sanitario. Él tiene un seguro médico, pero ha llegado un momento en que los gastos se han hecho desorbitados. En eBay hay ahora una subasta para ayudar a Stan.
Estáis canalizando el apoyo a Stan Sakai a través de la Comic Art Professional Society (CAPS). Tú fuiste uno de los fundadores de esta asociación, que os ha servido a varios autores como punto de encuentro y también como plataforma para ayudaros entre vosotros. ¿Cómo encaja la industria del cómic estadounidense este tipo de iniciativas para defender vuestros derechos?
Existen varias asociaciones de este tipo. Está la National Cartoonist Society, que es a la que pertenecen los dibujantes. Pero vimos que hacía falta una asociación que integrara también a coloristas, rotulistas, escritores… Por eso surgió CAPS. También está la Comic Book Legal Defense Fund, que da cobertura solo en cuestiones legales y está sostenida por todas las casas editoriales; hay otra que se ocupa de cosas médicas… Tenemos bastantes, estamos bien organizados.
Bueno, llega la última pregunta…
¡Bieeen!
Es menos conocida que tu faceta como dibujante, pero tienes cierta carrera como actor… Por cierto, ¿aún sueñas con Marty Feldman?
(Risas) Nooo, pero es cierto todo lo que cuento en esa historia. Yo no maté a Marty Feldman, lo mató el mal de altura y las drogas, pero fue una coincidencia increíble que al día siguiente de conocernos se muriera.
Cuando mi padre trabajaba de extra, si hacía falta un niño o una niña nos llevaba a mi hermana o a mí, y así empezamos. Luego hicimos algunos papeles, pero muy pequeños. Pero el cine para mí era como ir a trabajar a la fábrica de tu papá en la que hacen pañuelos. Era algo que tenía en casa, no algo que quisiera hacer. Lo que sí me gustaban eran los sets, disfrazarme en los estudios, ponerme la pistola y ser un vaquero, subirme a un avión de la Segunda Guerra Mundial y ser un piloto.
Ya de mayor, un antiguo amigo de mi etapa en el teatro universitario necesitaba un actor que no pareciera mexicano para un papel en una película que transcurría en un país tipo Bulgaria o así. Me contrató para rodar ‘To Kill a Stranger‘, donde yo era el villano. La otra película en la que paticipé fue cuando hacía la animación para el programa de televisión ‘Laugh-In’. El director estaba rodando ‘Norman… Is That You?‘ y necesitaba alguien que hiciera de gerente de un hotel en México. Lo hice por amistad, nunca me atrajo ser actor.
No sé si alguna vez te habían hecho una entrevista tan larga como esta…
No, no. Si necesitan otra entrevista, y no tienen a nadie mejor, me pueden volver a llamar.