Alfonso Zapico ya no es una joven promesa del cómic. Y no es porque sea ya mayor para este calificativo (nació en 1981, en Blimea, un pueblo de los Valles Mineros asturianos), sino porque su sólida trayectoria ya le sitúa en la liga de los autores consagrados. Ahí están para demostrarlo ‘La guerra del profesor Bertenev’ (Paquet, 2006; Dolmen, 2009) y ‘Café Budapest’ (Astiberri, 2008; Timof, 2010). Estamos ante otro dibujante con billetes de ida y vuelta entre Francia y España. Sin ir más lejos, su último tebeo, ‘Dublinés’, es fruto de su estancia en la Maison des Auteurs de Angoulême, donde comparte estancia con el zaragozano Álvaro Ortiz.
‘Dublinés’ (Astiberri, 2011) es ni más ni menos que una biografía en viñetas del irlandés James Joyce, autor de ‘Ulises’. Un escritor conocido, pero también de obra difícil, por lo que el reto asumido por Zapico era grande. Pero el asturiano lo ha superado con creces y entrega al lector una novela gráfica que animará a más de uno a lanzarse a leer a Joyce.
¿Tanto te impactó la obra de Joyce como, para que en el tiempo que lleva desde tu anterior obra (‘Café Budapest’, Astiberri, 2008) hasta ahora, preparar y dar luz a este proyecto?
Bueno, yo ya conocía a Joyce de antes. Hace mucho tiempo leí ‘Ulises’ y ‘Retrato del artista adolescente’, que me habían impactado pero no había comprendido muy bien. La obra de Joyce es complicada y críptica, dificultosa de leer y a mi »Ulises me pierde mucho; pero a la vez es extrañamente familiar e inspiradora, incita a la reflexión y en ocasiones es sencillamente divertida. Si tuviera que decir lo que me atrapó de Joyce, fue sin duda su sentido del humor.
¿Tuviste alguna decepción como lector entusiasta al conocer más a fondo la vida de Joyce? En algunos pasajes muestras que era, sobre todo en su juventud, un poco prepotente y egoísta…
No fue decepción, pero sí que mientras dibujaba su biografía experimentaba un vaivén de sensaciones: un día pensaba que era un tipo genial, luego que era un amigo detestable, luego volvía a aparecer el genio y me desarmaba, para después mostrar esa otra cara de tipo soberbio y egoísta. Y sin embargo, cuando terminé de dibujar el álbum, había empatizado tanto con él que me dio mucho pena que se muriera.
Para desarrollar este proyecto emprendiste un viaje por las ciudades que Joyce recorrió, y así lo vemos reflejado en ‘Dublinés’. Supongo que, además de para conocer las localizaciones, te sirvió para imbuirte del «espíritu» de Joyce…
Que es el espíritu de cualquier transeúnte por cualquier ciudad del mundo. No me gusta hacer turismo al uso, prefiero caminar en línea recta hasta que veo algo a derecha o izquierda que me inducen a girar, y he caminado así perdido sin rumbo durante horas, tardes enteras, por París o Trieste. Es una técnica muy inspiradora y muy creativa de cara a dibujar después, aunque el regreso es complicado si no sabes donde estás.
Además hay un trabajo de documentación enorme, porque no solo aparece Joyce, sino otros escritores de la época, y aunque sea en apenas unas viñetas también has logrado captar su carácter…
Son los secundarios de lujo de la vida de Joyce. Por casualidad o por el destino, Joyce ha cruzado su camino con un montón de personajes importantes (no sólo del mundo literario), que de alguna manera han aportado algo (cada uno a su manera) a la vida y la obra del protagonista.
¿Qué es lo que más te llamó la atención de la vida de Joyce y crees que después más se aprecia en su obra?
Lo más importante de la vida de Joyce, en mi opinión personal, es la capacidad de reírse de su propia desgracia y exprimir las partes más secas y negras de la vida hasta sacarles una gota de humor. Quizá Joyce, que vivió rodeado de miseria y tragedia durante toda su vida, encontró en esta visión radicalmente optimista la clave de su propia supervivencia.
Una de las sorpresas de la lectura de ‘Dublinés’ es cómo logras que la vida de un escritor considerado ‘difícil’ sea accesible y, como te dijo el Señor Ausente en la radio, hasta te entre el gusanillo de leerlo… ¿Fue uno de los mayores retos a la hora de abordar el trabajo?
Era un reto complicado, sí, porque ni el autor está de moda, ni su obra es accesible, ni el tema es a priori atractivo. En eso reside lo sorprendente del libro, el lector que imagine que el libro es un ladrillo se encontrará con materia vital pura y dura (muy documentada y contextualizada, eso sí), y al final la impresión general es positiva.
Además de en lo argumental, abordar una biografía también ha supuesto adaptar tu estilo gráfico…
Ya no es el mismo dibujo que el de ‘Café Budapest’, claro. El estilo es más real, más cercano. Los personajes son más anatómicos, y los escenarios están más trabajados. Cada historia tiene su propio estilo, y el de ‘Dublinés’ le viene muy bien al guión según mi opinión.
En cuanto a los grises, en algunos momentos logras darle tantos matices al gris que parece que sea una obra en color…
He intentado que la aguada de grises funcionara como las películas antiguas. Si un lector se sumerge en la historia y viaja con el protagonista, podrá ver los verdes de Irlanda, el azul del mar y los violáceos de la noche, el rojo de las lámparas de los bares y los tonos claros del cielo.
Grandes debates de ayer y hoy. ‘Dublinés’ podría esgrimirse como una prueba de que la novela gráfica es un concepto «de verdad», un paraguas bajo el que se hacen cosas en cómic impensables hace unos años, como una biografía de un escritor… ¿Cómo lo ves tú?
¡Huy! Sigue siendo muy discutido y discutible el término novela gráfica, tiene sus detractores y defensores. Sin embargo, pienso que los autores hemos salido beneficiados con el tema, ha sido como darle al cómic una mayoría de edad antes negada. Como autor no puedo sino decir que, etiquetas aparte, el cómic es mi medio de expresión, mi lenguaje natural, y me permite transmitir cualquier cosa. Quizá entonces habría que pensar que en los últimos tiempos no ha cambiado el formato sino el mensaje.
Con ganas de más te has quedado, puesto que ahora preparas ‘La ruta de Joyce’…
Sí, voy a pillar una indigestión de Joyce que la próxima vez que vea una Guinness vomitaré. Pero esta segunda parte será muy interesante, porque es más ligera, son sólo dibujos, apuntes e ideas sobre este viaje. Un viaje que ha ido por los escenarios de Joyce, pero que también me ha alejado de mi país, y que no es sólo geográfico, sino temporal y profesional. Así que con La ruta Joyce llegaremos a la última estación y cerraremos el círculo.
¿De dónde viene tú interés por temas históricos, como has demostrado hasta ahora? ¿Prevés seguir por esta senda o tienes en la cabeza otro tipo de proyectos?
Cada autor tiene sus influencias y sus propias fuentes de inspiración. Mi amigo y camarada Álvaro Ortiz utiliza el cine de Paul Auster y David Lynch, otros autores como Martín Romero extraen sus historias de las relaciones interfamiliares, los miedos y los sueños… Mis dos fuentes de inspiración son la Historia y la Literatura, y con ellas construyo las historias que quiero compartir con los lectores. Lo próximo que haga también irá por el género histórico, creo.
¿Qué papel ha jugado tu estancia en la Maison des Auteurs para poder llevar a cabo esta historia? ¿Qué os dan de comer allí, que salen tantas cosas buenas? ¿Volverá nuestro paisano Álvaro Ortiz hablando francés y con un tebeo magnífico?
¡Importantísimo! Siempre he trabajado aislado en Asturias, y en la Maison des Auteurs comparto espacio con otra veintena de autores de diferentes disciplinas artísticas, con diferentes visiones narrativas, diferente visión de la vida, de diferentes países y culturas… Por no hablar de todo lo que he aprendido en la parte técnica con los geniales camaradas españoles: Martín Romero, Clara-Tanit, Lola Lorente y el fantabuloso Álvaro Ortiz, que al tercer día que llegó ya me estaba dando trucos de Photoshop. No me cabe ninguna duda de que tiene entre manos algo gordo y maravilloso, muy diferente a todo lo que había hecho antes, y los lectores disfrutarán con su nueva obra porque el maldito disfruta mucho creándola, y eso es garantía de éxito.