Más de 30 años, todo un mundo en los tiempos acelerados. Esta es la distancia que separa el clásico ‘Maison Ikkoku‘ (1980-1987), de Rumiko Takahashi, de la reciente ‘Amor es cuando cesa la lluvia‘ (2014-2018), de Jun Mayuzuki. Comparar ambos mangas es un poco injusto, porque hablan de contextos muy distintos, y enfrentar a cualquier autora, por buena que sea, con el genio de la Takahashi, es colocarla en batalla desigual. Pero… Vale la pena ponerlas frente a frente, porque ambas son obras maravillosas y exquisitas en su tratamiento del amor.
‘Maison Ikkoku‘, serializada en los años 80 a la par que Takahashi realizaba la archipopular ‘Lamu’, es un manga costumbrista que cuenta el imposible romance entre Yusaku Godai, un cateado que espera aprobar a la segunda el examen de ingreso a la universidad, y Kyoko Otonashi, una joven viuda que regenta la residencia en la que se hospeda el estudiante. Entre ellos surge una inmediata atracción, pero las convenciones -y su torpeza sentimental- se oponen al idilio: ella es algo mayor que él, y la sombra de su difunto marido aún planea en su vida; él, emigrante de provincias, arrastra mala suerte en los estudios, primero, y en la búsqueda de trabajo después, de manera que no puede garantizarle la estabilidad económica que la familia de ella anhela.
A estos impedimentos, más o menos reales, hay que sumar el caos que generan el resto de habitantes de la residencia: la señora Ichinose, un ama de casa aficionada a la botella; Yotsuya, el misterioso y molesto vecino de habitación de Godai; Akemi, una despendolada camarera que se pasea medio en bolas por la casa… Con estos personajes, Takahashi construye la comedia romántica perfecta: a lo largo de 10 tomos (en la edición, ya descatalogada, de Glénat), el culebrón, a pesar del evidente desenlace, mantiene el interés gracias a la chispa de la autora, capaz de reiniciar una y otra vez la trama.
En ‘Amor es cuando cesa la lluvia‘ (Tomodomo Ediciones), el mayor es él. Esta vez, mucho más mayor. Porque la protagonista es Akira Tachibana, una adolescente de 17 años, y su obsesión amorosa es Masami Kondô, el encargado de 45 años de la cafetería donde ella trabaja como camarera. «¡Qué peligro!», pensaran algunos al leer la premisa. Sin embargo, la autora, Jun Mayuzuki, demuestra una sensibilidad extraordinaria en el tratamiento del tema. Su gran acierto es optar por el realismo a la hora de perfilar a los personajes: la muchacha siente el incontrolable ardor del primer amor, pero el señor, llamado por la tentación, tiene la madurez suficiente para saber que dejarse llevar no solo estaría mal ante la sociedad y ante su propia integridad, sino que le haría un flaco favor a la chica.
Más allá de la trama romántica -en realidad, íntimamente unida a esta-, nos encontramos la verdadera historia de ‘Amor es cuando cesa la lluvia’. Tachibana se lesionó el talón de Aquiles y tuvo que dejar atrás su gran pasión, el atletismo; Kondô, aficionado a la alta literatura, tuvo que renunciar al sueño de ser escritor para tener un trabajo estable y poder mantener a su hijo, fruto de un matrimonio truncado. Juntos, van a descubrir que, se cumplan o no su aspiraciones, se puede seguir adelante y acariciar la felicidad.
‘Maison Ikkoku’, con su humor de calidad suprema y el inigualable toque Takahashi, y ‘Amor es cuando cesa la lluvia’, con su sensibilidad y encanto, son obras difíciles de equiparar -en nuestra balanza, a la Takahashi le ponemos pesas de iridio- , pero tienen algo en común: ambas son lecturas que alegran la vida. Hablan de gente reconocible, de perdedores que mantienen su dignidad a pesar de todo; de personas que no renuncian a disfrutar de la parcela que les ha tocado en suerte en este mundo, por minúscula que sea. Merece la pena darle una oportunidad a ambos títulos.