Una diseñadora de moda se muda a Bottomyards, un barrio chungo de Chicago donde lo más peligroso no está en las calles, sino en las tuberías de su edificio
Esta historia nos suena: estudiantes, artistas y diseñadores gráficos comienzan a instalarse en un barrio deprimido atraídos por el alquiler barato y la ‘autenticidad’ del lugar; profesionales de prestigio les siguen, y a su vez arrastran a nuevos vecinos más adinerados; los pisos y locales se revalorizan y los vecinos de toda la vida tienen que acabar por largarse a otro lado… Es el esquema clásico de la gentrificación, un fenómeno urbano común a las grandes ciudades de todo el mundo en las últimas décadas. Lo que probablemente no sea tan habitual es lo que imagina este Bottomyards: que la reconversión de un edificio cochambroso en una residencia de artistas acabe en película de terror por la aparición de un engendro asesino en sus cañerías.
Quienes se topa con este desaguisado es Darla, una recién graduada en Bellas Artes que aspira a convertirse en diseñadora de moda. Acaba de regresar a los Bottomyards, un barrio chungo de Chicago habitado en su mayoría por afroamericanos. Su nuevo hogar es algo raro: una mole de hormigón sin ventanas y con un oscuro pasado como sede de una empresa de biotecnología. Su amiga Cynthia se topa con la primera sorpresa nada más usar el váter. Será solo el primer indicio de que algo acecha a través de los diferentes conductos internos del bloque. Además de las dos chavalas, se verán implicados el nuevo gerente del inmueble, un técnico de la compañía de la luz, un rapero emergente y una anciana y su hijo, únicos habitantes originales del edificio.
Horror y color
He aquí el típico tebeo que, sin tener mayores referencias, te compras por pura intuición, porque cuando lo hojeas notas que tiene un “algo” y que, efectivamente tras leerlo, constatas con satisfacción que ese “algo” estaba ahí.
Hay una historia escrita con gracia; sabe conjugar humor, crítica social y, lo más complicado, ciencia ficción y horror. El dibujo y la puesta en página se mueven en un terreno bastante convencional, pero la narración mantiene un ritmo constante que hace imposible detener la lectura hasta llegar al desenlace. Si por algo destaca el apartado gráfico es por el uso del color: azul, violeta, verde y amarillo predominan en las páginas y transmiten a la perfección la sensación de encierro de los personajes.
En un pasaje de Bottomyards, el rapero intensito y Darla visitan un garito del barrio. “Dios, este sitio es tan real. Probablemente sea el bar con más rollo de la ciudad y NADIE lo conoce”, le dice él, a lo que ella responde, señalando a los parroquianos habituales que se acodan en la barra: “¿Y qué hay de esta gente? Ellos lo conocen”. Toma patada a la gentrificación.
Bottomyards, de Ezra Claytan Danjels y Ben Passmore
Nuevo Nueve. Rústica, color, 152 págs., 22 euros
Traducción de Yutaro J. Miralles Kobayashi
Artículo publicado originalmente en la revista Z