Pequeño pero matón. Así es ‘Carne de Cañón’, el debut en la novela gráfica de Aroha Travé, digna heredera del espíritu underground de La Cúpula
Una fábrica abandonada, llena de cagadas de perro y pintadas nazis. Un yonki: jeringa en vena, ojos perdidos y camiseta de Junco (sí, el de “Hola, mi amor, tengo que hablar contigo…”). Frente al drogadicto, unos niños: “Este está moñeco”, “¡Mierda! ¡Ya he visto un muerto! ¡Ya se m’ha jodío la infancia, tío!”. Carne de cañón es un tebeo lleno de escenas memorables, pero esta quizás sublima el alma de extrarradio que exuda cada una de las viñetas dibujadas por Aroha Travé (Terrassa, 1985), que se marca con este título un contundente debut en la novela gráfica.
Los protagonistas de esta historia son la Yanira y el Kilian, dos mocosos que tendrán suerte si llegan a adultos de una pieza. De momento, mientras la madre sale a ganarse los garbanzos, el niño se come un meco contra el canto de una mesa que casi se va al otro mundo. Por esta vez, el viaje solo le lleva a Urgencias, gracias a la providencial intervención de sus vecinos, dos malolientes jevis que fuman demasiados porros. Al menos entre todos no se han dejado solo en casa al hermano pequeño, el Jose, que vive abducido por un órgano casiotone.
Así arranca una divertida historia que incluye peligrosos descampados, bloques de hormigón, bocadillos de chorizo, fantasmas de monaguillos, actos vandálicos, dibujos animados y amores precoces.
Seres entrañables
Aunque crecen en un entorno salvaje, la Yanira y el Kilian están rodeados de buena gente, entre la que destaca su amorosa madre, que, a pesar de las amenazas -“Como me la liéis os arranco las orejas”-, mataría por su prole. La caracterización de los personajes, desde su aspecto hasta su forma de hablar suburbial, es uno de los puntos fuertes de este cómic: sería sencillo calificarlos como una banda de perdedores, pero nada más lejos de la realidad, puesto que rebosan dignidad y pelean por cada palmo de felicidad. Es sobre todo en su retrato de la infancia donde este tebeo brilla y respira realidad. Hay mucha ternura, pero también mucho humor: al lado de estos chavales, el Manolito Gafotas de Elvira Lindo era un marqués.
Todo ello servido con un expresivo dibujo deudor del mejor underground de la casa editora, La Cúpula, que tiene en Aroha Travé una más que sobresaliente heredera del espíritu de El Víbora.
*Artículo publicado originalmente en la revista Z nº73