Con ‘El chico de los ojos de gato’, Satori recupera para nuestro mercado al maestro del terror Kazuo Umezz, autor de la referencial ‘Aula a la deriva’
“Nadie sabe quién soy ni de dónde vengo. Allá adonde finalmente llego, acaban ocurriendo siempre cosas horribles”. El chico de los ojos de gato -no tiene más nombre que ese- es un paria en dos mundos: los yôkai, los monstruos del folclore japonés entre los que nació, lo rechazan por ser demasiado parecido a los humanos; para los humanos, su aspecto gatuno lo convierte en un demonio al que perseguir y apalear. Su triste sino le lleva a errar de aquí para allá, alojándose en los desvanes de casas en las que su sexto sentido le dice que puede ocurrir algo interesante. Y lo que él entiende por tal es la interacción entre personas y seres sobrenaturales, encuentros en los que, como buen gato, siempre sale escaldado y aún así recae una y otra vez.
Las once historias que componen ‘El chico de los ojos de gato’ se publicaron originalmente en tres revistas diferentes, entre los años 1967 y 1976. Aunque el arranque parece establecer una estructura al estilo de los ‘Cuentos del Guardián de la Cripta’, donde el protagonista ejerce de hilo conductor pero son otros los que viven el terror en sus carnes, pronto el demonio gatuno adquiere peso e interviene directamente en las tramas. Así, el chaval se las ve con figuras deformes, demonios feos, científicos locos… La más larga (e irregular) de las historietas lleva por título ‘Agrupación cien yôkai’, y es un buen ejemplo de cómo a Umezz no le preocupa tanto la lógica argumental -contraria por otro lado al efecto que busca el autor- como llevar una y otra vez al lector a situaciones extremas y grotescas; en este caso concreto, con guiño incluido al ‘Kitaro’ de Shigeru Mizuki.
Antihéroe gatuno
Cuando Kazuo Umezz emprendió la publicación de esta serie venía de realizar la imprescindible y referencial ‘Aula a la deriva‘ (editada en España por Ponent Mon hace ya más de una década y que pide una reedición a gritos). Ambas tienen en común contar con niños como protagonistas, si bien la primera explora el lado más aterrador y cruel de la infancia, con interesantes derivadas morales, mientras que en la que nos ocupa el chaval gatuno se presenta como un antihéroe cuya desgracia (y la de quienes le rodean) es cuestión de la fatalidad. Este enfoque más aventurero -no hay que perder de vista que se publicó en revistas para jóvenes, a pesar de lo escabroso de algunas de sus escenas-, la inclusión de ciertas dosis de humor y una narrativa menos impactante hacen de ‘El chico de los ojos de gato’, en comparación con la obra magna de Umezz, un título casi, casi, “para todos los públicos” (a los que les guste el horror, claro).
Con todo, medio siglo después de su primera aparición, este manga sigue siendo un desafío a la imaginación y una buena muestra de por qué Umezz goza de fama internacional e influencia perdurable, pese a llevar años retirado del dibujo. Y por eso los llaman clásicos.
Artículo publicado originalmente en la revista Z