Noelle Stevenson reúne en El fuego nunca se apaga los apuntes escritos y dibujados que realizó desde los 19 a los 27 años, un tiempo acelerado de éxitos en el cómic y la animación
De los 19 a los 27 años. Ocho años que para muchas personas suponen sus primeros pasos independientes, el periodo formativo más definitorio para su futuro, el momento de saltar al mercado laboral, e incluso de formar una familia. Un tiempo vital acelerado en general, pero que en algunos casos adquiere la velocidad y el resplandor de un meteorito atravesando la atmósfera. Para Noelle Stevenson (Columbia, Estados Unidos, 1991) fueron años de estar en llamas, tanto en lo personal como en lo profesional; lo muestra en este El fuego nunca se apaga, una obra valiente en la que revela el reverso íntimo de una carrera llena de éxitos en el cómic y en la animación.
Astiberri ha incorporado a su escudería a Noelle Stevenson con la obra que aquí nos ocupa y con la recuperación de Nimona, la novela gráfica juvenil que supuso su salto al estrellato. En 2012, con poco más de 20 años, Stevenson inició un webcómic que luego saltaría al papel y que le valió ser la finalista más joven al Premio Nacional del Libro de Estados Unidos y ganadora de un premio Eisner. Luego crearía la serie juvenil Leñadoras (Sapristi), comenzaría a escribir guiones para Marvel y DC y daría el salto al audiovisual como productora ejecutiva de la serie de animación She-Ra y las princesas del poder. Y todo eso antes de cumplirlos 27.
En El fuego nunca se apaga, Stevenson narra la parte más personal de ese viaje hacia la madurez. Porque detrás de esa carrera de triunfo profesional estaba alguien que se estaba descubriendo, que estudiaba arte con poca convicción, compartía piso, se mudaba de ciudad… y también que salía del armario, se enamoraba hasta las trancas y notaba que algo en su interior no iba bien: “Acaso recuerdas un momento en el que no te sintieras ardiendo. Tanto si te elevaba como si te carbonizaba, te mantiene caliente. Te devora vida”. “No ere fuerte, solo tozuda”, se dice en otro pasaje. En este sentido, estamos ante un tremendo ejercicio de desnudez emocional, con alto componente terapéutico, en el que expone su vulnerabilidad, pero también su tremendo sentido común, con momentos no exentos de humor.
Proceso vital y creativo
El fuego nunca se apaga combina pequeños fragmentos de cómic con fotografías y pasajes de texto, principalmente balances anuales en los que anota alegrías y tristezas. Buena parte del material ya había sido publicado previamente por Stevenson en Internet, en lo que más que como un acto de exhibicionismo hay que entender como una forma de desahogo y de querer compartir con sus seguidores sus sentimientos. Para quien lo lee en este libro, conozca o no previamente sus trabajos anteriores, resulta fascinante asomarse a la trastienda y comprobar que, tras la luminosa creación de títulos tan renovadores como Nimona o Leñadoras, hubo también momentos de duda y oscuridad, ante la presión de quien está en una curva ascendente y siente que no puede defraudar las expectativas. Estamos ante una vida y una obra que arden con el fuego de mil estrellas.
El fuego que nunca se apaga, de Noelle Stevenson
Astiberri. Cartoné, color, 208 págs., 19 euros.
Traducción: Gonzalo Quesada