La XIV edición del Salón del Cómic de Zaragoza ha sido la mejor de su historia. «Eh, pero esto es lo que se dice todos los años, ¿no?», pensarán algunos. Pues sí, pero es cierto. Desde su modesto arranque como muestra en 2002, la cita no ha parado de crecer y de progresar. No hay que olvidar que en 2011, por razones más políticas que económicas, estuvo a punto de desaparecer. Entonces, todos los colectivos, autores y aficionados de la ciudad se movilizaron para que saliera adelante. Se logró, y las dificultades de aquel año sirvieron para asentar definitivamente un modelo público y popular, una manera festiva de entender el Salón que está fuera de toda duda. Con estas bases, solo se podía ir a más, como así ha sido.
Esta edición se ha cerrado con 22.000 visitantes y 12.000 entradas vendidas (al simbólico precio de 1 euro). Un año más, se bate la cifra anterior, pero eso poco importa. Si el año que viene hay mil asistentes menos que este, no pasa nada. El buen funcionamiento del Salón no se mide en esos parámetros.
Uno de los principales problemas de las dos anteriores citas fue el de la accesibilidad, ya que la masiva asistencia el sábado por la tarde provocaba colas y esperas en la puerta. Esta vez apenas hubo esperas y el acceso fue fluido, ya que parece caló el mensaje lanzado desde la organización para que el público espaciara sus visitas a lo largo de los tres días. ¡Y eso que hasta llegó un autobús fletado expresamente desde Tudela para asistir al Salón!
La fluidez de esta ocasión no hace olvidar el ya clásico debate entorno al Salón: ¿Se debe crear una cita específica para el manga, o por lo menos crear, un espacio diferenciado para las actividades de ocio no estrictamente comiquero de manera que se desahogue la Sala Multiusos?
En general, se puede decir que el aficionado ha disfrutado de un salón tranquilo, si bien para que esto fuera así la «sala de máquinas» echaba humo. Ha habido una enorme presencia de autores, fruto del esfuerzo de la organización y también de los expositores, que han ampliado mucho el listado oficial. Ha sido también muy importante la presencia editorial. Por primera vez, se han sumado con estand sellos como Aleta, Dibbuks, ECC Ediciones, Ponent Mon o De Havilland. Han repetido otros que fueron novedad el año pasado, como Amaníaco y La Cúpula, lo que demuestra que quien viene vuelve.
Algo que quizás se escapa a los los visitantes, porque es invisible, es la red que, propiciada por este encuentro anual, se va tejiendo entre autores y editores, tanto aragoneses como de fuera. Durante esta edición ha habido mucho «movimiento», y a buen seguro a medio plazo se va a materializar.
En cuanto a actividades, se ha apostado por, además de las presentaciones de turno, realizar charlas temáticas, una vía que se ha demostrado muy interesante tanto por la calidad de los encuentros como por la asistencia. Algunas presentaciones han estado abarrotadas (Moderna de Pueblo arrasó), mientras que cuatro o cinco estuvieron muy flojas (y esto es algo que el año pasado no ocurrió, por primera vez, pero ha reaparecido) . Quizás hay que plantearse profundizar en el modelo de charlas colectivas con un hilo conductor definido que pueda atraer a distintos perfiles de aficionados, una manera además de descongestionar el programa.
Mención especial merece una de las actividades paralelas más emocionantes, la visita al Hospital Infantil y al Clínico para alegrar con tebeos la convalecencia de los chavales ingresados. Como testimonio, la impresionante foto tomada por Daniel Surutusa durante una de estas visitas, que casi se ha hecho viral en redes. Esta iniciativa de Latro Latronis, apoyada por la organización, es el mejor ejemplo de lo que este Salón quiere y debe ser.