Identidad, amor y familia. ‘El príncipe y la modista’ (Sapristi) es una de esas lecturas que te hacen mejor persona.
¿Es posible crear, en los tiempos del ladrido digital, cuentos reposados, de aroma clásico, capaces de interesar a todos los públicos y con un mensaje positivo y profundandamente humanista? ¡Oh, sí! Es justo lo que ha hecho Jen Wang con ‘El príncipe y la modista‘ (Sapristi Cómic), una bella fábula sobre el amor y la búsqueda de la identidad. La autora de ‘En la vida real‘ firma una novela gráfica bella en la forma y el contenido, uno de los cómics de 2018 más fáciles de recomendar a cualquier lector sin temor a equivocarse. Así lo ha certificado el premio ‘Fauve Jeunesse‘ -que reconoce al cómic juvenil más destacado del año en Francia- en el reciente Festival de Angoulême.
Identidad, amor y familia. Estos son las tres columnas sobre las que Wang levanta su relato. En un fantasioso París decimonónico -primer acierto: recrear una ambientación con reconocibles aromas waltdisneyanos-, el príncipe Sebastian anda preocupado. O más bien, sus padres andan buscándole preocupaciones. Y es que aunque el joven está destinado a heredar el trono, no está muy por la labor de emparejarse con una dama de la realeza europea para mantener la dinastía. Al príncipe lo que le gusta es vestirse de mujer y, bajo el anonimato de su transformación, salir a disfrutar de los encantos nocturnos. Ahí es donde entra Frances, una humilde costurera de gran talento, cuyas elegantes y atrevidas creaciones impresionan tanto al heredero que decide «ficharla» para que le vista en exclusiva. Los vestidos de la modista causan sensación en la ciudad, pero nadie sabe que son obra suya: el secreto de Sabastian exige discreción absoluta.
Con este punto de partida Wang teje una historia que trasciende el primer impacto del argumento -la idea de un príncipe travestido que recorre la noche parisina-, para hablar de la importancia de amar, amarse y ser amado sin renunciar a la identidad. Así, el (auto)engaño en pos de lo que parece un bien mayor -la aceptación social, la corona de un país, el reconocimiento profesional- tiene dolorosas consecuencias que trascienden al individuo y afectan a todos aquellos que lo rodean. La lección es clara: ser una o uno mismo es complicado, pero es un camino que vale la pena recorrer.
La autora demuestra un tino extraordinario al sortear la tentación de volcar sobre la trama un tarro de melaza: todos los personajes tienen un rol definido, pero no son en ningún caso meros estereotipos, sino todo lo contrario; además, entre las vaporosas telas de los vestidos asoma una sociedad tremendamente desigual, en la que hace falta algo más que calzar un zapatito de cristal para pasar de la cochambre al lujo. Todo ello narrado con un dibujo maravilloso, que más que obra de una sola mano parece creación de todo un equipo de animación (se nota que Wang ha trabajado en ese campo). Lástima que, como se ha comentado ampliamente, la edición de Sapristi tenga un error de maquetación que resta aire a las viñetas; la mácula es clamorosa, pero renunciar a la lectura por esta cuestión sería un tremendo error.
‘El príncipe y la modista’ es un cuento destinado a perdurar. Una historia compleja, con muchas capas, contada melodiosamente y con elaborada sencillez. En fin, un cómic que todo el mundo debería leer, porque es de esas historias que nos hacen mejores personas. No es poca cosa, en una época en la que la bondad no es un valor que abunde.