El veterano mangaka alza de nuevo su telón para presentar cuatro historias protagonizadas por monstruos inadaptados y niños enfrentados a lo sobrenatural
Que a Hideshi Hino (Machuria, 1946) le queda cuerda para rato lo comprobaron los afortunados que recientemente compartieron charla con él en una librería de Madrid, en una visita casi sorpresa. El influyente maestro del terror lleva décadas explotando (con tino) su obsesión por los monstruos y los seres inadaptados en obras como ‘Circo de monstruos’, ‘El niño gusano’ o ‘La isla de las pesadillas’, esta última de reciente publicación en España. En casi toda su bibliografía, además, se repite otra constante: los niños como protagonistas; una huella de su dura infancia en la posguerra japonesa. Las cuatro historias que conforman el tomo ‘El teatro escalofriante de Hideshi Hino‘ (Ediciones La Cúpula) no se alejan ni un ápice de la trayectoria trazada por este inconfundible e insólito autor.
Abre esta antología ‘El monstruo terrorífico’, un relato que celebra el legado del Frankenstein de Mary Shelley con un trasunto de la abominación decimonónica en forma de ser creado a partir de los desechos arrojados al mar por unos pescadores. De la materia arrastrada del fondo abisal nace un ser horrendo pero inocente que sufre el irracional rechazo de una sociedad incapaz de empatizar con el diferente. Una historia similar a la que cuenta ‘El ogro Gongoro’, en la que un gigante unicornado comete por amor el error de confiar en los humanos.
Decíamos que Hino siente predilección por la mirada cándida de los niños. En ‘La mano izquierda’ juega con uno de los tópicos del terror infantil, la extremidad que actúa por sí sola, causando la desgracia del sujeto a ella pegado. Especialmente emotivo es ‘El día en que las grullas echaron a volar’, un cuento lleno de simbolismo y del que toma la portada este volumen.
Terror y candidez
Con estos entremeses, Hino nos vuelve a enfrentar a un terror con perspectiva humana, en el que lo extraño y lo inquietante están presentes no como ejes centrales de la historia, sino como contextos que permiten explorar los abismos del alma, esas zonas tenebrosas que, como las profundidades del mar, sabemos que están ahí, pero preferimos obviar. Por eso, funcionan mucho mejor las historias sencillas, donde predomina la sensibilidad, que la recargada de guiños y estruendos que abre el volumen. Hino es capaz de provocar muchas emociones, y el miedo es solo una de ellas.
Un pequeño apunte final: convendría en próximas ediciones de la obra de Hino revisar el rotulado de onomatopeyas y cartelería, que en volumen con especial profusión como este, resulta demasiado invasivo.
*Artículo publicado originalmente en la revista Z nº75