¡Oh, capitán, mi capitán! ¿Cómo había podido vivir sin leer hasta ahora tus sin pares aventuras? ‘Las aventuras del Capitán Torrezno‘ constituyen uno de los corpus más particulares del ecosistema tebeístico español. Bajo un nombre cañí y una apariencia que hace difícil su clasificación (como así es, por otra parte) se esconde la epopeya de un hombre corriente convertido, muy a su pesar, en héroe de un micromundo enfrascado en una guerra de imperios. El demiurgo que insufla vida a esta novela río, que lo mismo sigue los senderos de Robert E. Howard que los de Platón, es Santiago Valenzuela (San Sebastián, 1971).
Valenzuela recibió en 2011 el Premio Nacional del Cómic por ‘Plaza Elíptica‘, séptima entrega de una serie todavía en marcha. Ni por esas me había acercado a su lectura. Y es que, con ese título, ‘Las aventuras del Capitán Torrezno’ a más de un aficionado le sonarán a parodia o costumbrismo, nada más lejos de la verdad. Algo de aroma a tocino frito sí que tienen, eso sí. Es el olor que emana del Bar Denver, el punto del aquí que conecta con ese otro micromundo creado por un tal José Hilario… Un funcionario ministerial al que un día le dio por jugar a ser dios en el sótano de su comunidad de vecinos, y de cuya mano ha surgido una inesperada realidad en miniatura.
A ese lúgubre sótano, tan solo iluminado por el ventanuco que da a la calle, ha ido a parar Torrezno no se sabe muy bien cómo. De parroquiano del Bar Denver, donde la única batalla era por pillar un buen sitio para ver el fútbol, a una tierra por la que cabalgan al galope los jinetes del Apocalipsis. Torrezno piensa que está en un futuro posnuclear, una vuelta a la Edad de Bronce, pero esto es el aquí y ahora… Solo que en un plano muy distinto. En esta árida tierra se rinde culto al hacedor José Hilario a través de sus objetos sagrados: su documento nacional de identidad, su pasaporte y el santo papel moneda (un billete de 100 pelas con la efigie de Manuel de Falla).
Torrezno va a caer en el país de los idólatras, una nación amenazada por las tropas del imperio tártaro que lidera el shogun Hideyoshi. Entre este y Torrezno, sin conocerse, se va a establecer un peculiar duelo de ingenio militar. Los conocimientos de Torrezno acerca de los objetos sagrados (parece que el sótano había sido en tiempos el almacén de un estanco, pues está repleto de cartones de tabaco y otros complementos de fumador) le convertirán en un valioso soldado. El Sumo, líder espiritual y político de los idólatras, le acabará por confiar la más grande e imposible de las misiones: salvar de la destrucción total a la ciudad de Deeneim, asediada por los ejércitos del shogun y plagada de conspiradores en todas las esquinas…
Capitán Torrezno, barroquismo adictivo
‘Las aventuras del capitán Torrezno’ constituyen un colosal tebeo, cuya intrincada trama crece sin cesar y crea una tremenda adicción. Tiene mucho mérito, pues no es una lectura fácil: es un universo al que no se puede entrar de golpe, hay que hacerlo siguiendo los pasos de Torrezno y asomándonos a las ventanas de conocimiento que hábilmente abre Valenzuela en la narración. El barroquismo es una de las principales características de este cómic, tanto en lo gráfico como en lo argumental. Si bien se pueden calificar como episodios de transición, la lectura de los tomos ‘Los años oscuros’ (sexto de la saga, con el que se cierra el ciclo de ‘Deeneim‘) y ‘Plaza elíptica’ (séptimo, arranque del arco actual) es ardua, por su críptica descripción de la cosmogonía torrezna.
Por complicar aún más las cosas al lector, Torrezno ni siquiera ya permanece en la editorial en la que se empezó a publicar, allá por 2002. Tras una década en Edicions de Ponent, el capitán se pasó a Panini, casa en la que ahora se pueden encontrar los nueve tomos que componen sus andanzas. Vale la pena vencer estos obstáculos (excusas de lector perezoso) para adentrarse en el micromundo creado por Santiago Valenzulela. Aviso a navegantes: el autor ha reconocido en alguna ocasión que parir cada nueva aventura de Torrezno le cuesta dios y ayuda, pero que hay argumento para rato, así que no esperen que haya una conclusión pronta y satisfactoria a esta epopeya.
Decíamos al principio que Torrezno es un héroe a su pesar, y decíamos mal. Porque Torrezno no es un héroe, es un tipo normal y corriente con la única habilidad de saber desenvolverse y no rendirse con facilidad en un mundo que no es el suyo. Un tipo que podría estar acodado en el bar de la esquina y pagarte un vino si le caes bien. Un tipo de los que ya no quedan.