Solo esta frase vale cada céntimo de ‘Los Picapiedra‘ (ECC Ediciones, 2018), de Mark Russell y Steve Pugh. El despiste inicial que este cómic pudiera ocasionar (a pesar de venir avalado por varias nominaciones a los premios Eisner 2018) quedó más que resuelto conforme empezaron a lloverle críticas positivas, un rosario que quedó engarzado con su inclusión en la selección de Esenciales de la ACDCómic 2018.
Decimos despiste porque a más de uno chocó la reinvención de los personajes de animación de Hanna-Barbera en clave adulta bajo el auspicio de DC Comics, la editorial de Batman, Superman, Wonder Woman y otros serios y circunspectos superhéroes. ¿Qué cabía esperar de este cóctel? ¿Un Pedro Picapiedra oscuro y crepuscular? Nada más lejos de la realidad.
Mark Russell hace con los prehistóricos personajes comedia de altura, con altas dosis de vitriolo y bien de crítica social. Los Picapiedra originales ya eran un reflejo humorístico del Estados Unidos de su época. Sus seis temporadas originales se desarrollaron entre 1960 y 1966, en plena Guerra Fría, y mostraban los claroscuros del ‘American Way of Life’. Russell sigue esta línea, pero la lleva al paroxismo y no deja títere con cabeza, con afilados dardos que dan en la diana del capitalismo exacerbado y la pobredumbre intelectual que representa el ‘American First’ de Donald Trump. Lo mismo le tira a grandes asuntos como la religión, la política, la economía, el machismo o la guerra que a cuestiones más concretas como el mundo del arte o la gentrificación.
Hay un delicioso capítulo en el que un tal Clod el destructor se presenta a las elecciones de Piedradura con un único punto en el programa: exterminar al pueblo lagarto, gente pacífica a la que presenta como causa de todos los males de sus ciudadanos; uno de los asistentes a su mitín expresa el signo de nuestros tiempos: «¡Dice cosas que deseo que sean ciertas!».
El guion de Russell se materializa en el dibujo de Steve Pugh, que tampoco anda corto de vis cómica en su diseño de personajes, con fisonomías que juegan con la escala de la evolución homínina. Si algo se le puede objetar a la narración es la cantidad de asuntos que Russell aborda por capítulo, si bien los saltos de tema quedan perdonados por la genialidad de los diálogos.