Cualquier pretexto es bueno para reencontrarse con Will Eisner, pero en este año que encara su recta final la justificación es muy tocha: el centenario del autor, nacido en 1917 en Nueva York y fallecido en 2005 en Florida. El dato biográfico no es baladí, ya que toda la producción autoral de Eisner estuvo marcada por el amor a su ciudad natal, incluso desde la distancia que le impuso su traslado, en sus últimos años, a Florida, a donde su esposa le convenció para mudarse y disfrutar en su vejez del buen tiempo que la metrópoli les negaba. Aún entonces, todas las semanas volvía a casa para dar clase en la Escuela de Artes Visuales. Si en alguna colección de obras se refleja esa pasión por lo urbano y su ecosistema es en ‘Nueva York: la vida en la gran ciudad‘ (Norma Editorial).
Este volumen recopilatorio reúne cuatro álbumes muy diferentes entre sí, aunque todos con un escenario común, la gran ciudad de Nueva York. Desde la breve pero trágica escena de dos costureras y un bebé que mueren en un incendio en su miserable vivienda/taller, a la lucha sin cuartel de una cuarentona por alcanzar la felicidad en una sociedad en la que es fácil convertirse en un ente invisible, todos los relatos de este tomo están definidos por ser netamente urbanos: en su disección del homo urbanus, Eisner parece querer demostrar que la conjunción de calles y manzanas da lugar a una forma de vida única, un ecosistema singular en el que ocurren historias que no pueden darse en ninguna otra organización humana.
El ejemplo más depurado de todo esto es ‘El edificio‘, la novela gráfica central de este libro. Aquí, Eisner cambia la lupa por el microscopio para examinar la vida en torno a un viejo bloque en la intersección de dos avenidas. Lo hace a través del viejo truco dickensiano de los fantasmas, en este caso cuatro espíritus atormentados por algo que les ocurrió en aquel destartalado edificio: Monroe Mensh, zapatero devenido en buen samaritano; Gilda Green, atrapada por el dilema entre amor y estabilidad; Antonio Tonatti, músico de escaso talento pero gran vocación; y P.J. Hammond, ricachón obsesionado con dar el pelotazo inmobiliario. Cuatro perfiles muy distintos que, ya desde sus nombres y apellidos (el judío, la oficinista, el italiano, el adinerado de toda la vida), tienen perfiladas sus respectivas historias.
La maestría narrativa de Eisner -algunas páginas son auténtico material didáctico para futuros autores- se une en estas historias a sus dotes de «observador de la gente», como lo define Neil Gaiman en la introducción del volumen. Puede que algunos relatos tiendan al melodrama, pero… ¿Acaso no lo hace la vida del común de los mortales? 100 años después de su nacimiento, y 12 tras su muerte, Will Eisner sigue dando lecciones de cómic y vida.