Junji Ito deja definitivamente el terror y se alía con el co-guionista habitual de Naoki Urasawa para ofrecer en ‘Rasputín, el patriota’ un thriller político que conecta Japón y la Rusia postsoviética
¡Quién te ha visto y quién te ve, Junji Ito! Si en ‘Indigno de ser humano‘ el maestro del terror extraño sorprendía al cambiar de registro y adaptar -eso sí, sin renunciar a su estilo- la obra literaria de Osamu Dazai, en ‘Rasputín, el patriota‘ consuma su giro y se mete de lleno en el thriller más canónico. Aquí encontramos algún tic habitual del dibujante, como esas caras sombrías con ojos en blanco, pero no hay ni rastro del horror sobrenatural marca de la casa. Con todo, algo de terror hay, pero del que asusta de verdad: burocrático.
No sabemos si Junji Ito se ha propuesto desencasillarse, pero lo cierto es que va camino de lograrlo. Cuenta aquí con un aliado poderoso: Takashi Nagasaki, el co-guionista habitual de Noaki Urasawa (han firmado a pachas obras como ‘Master Keaton’ o ‘Pluto’) y escritor del atípico noir ‘Inspector Kurokôchi’. Juntos adaptan la historia real de Masaru Satô, protagonista de uno de los mayores escándalos de la diplomacia nipona.
En la obra, Satô es renombrado como Mamoru Yûki. Estamos ante un gris funcionario del Ministerio de Exteriores japonés destinado en la URSS que, en un golpe de suerte, consigue una información de gran relevancia para el mundo occidental. Son los años de descomposición del gigante soviético, con la accidentada transición entre Gorbachov y Yeltsin, y Yûki se convierte en el hombre de confianza -el “Rasputín”, según la prensa- del parlamentario Mineo Tsuzuki, cuyo objetivo es lograr la restitución de las islas en disputa territorial entre los dos países.
Tsuzuki es un hombre odiado, y Yûki va a ser el resorte a través del cual la fiscalía japonesa va a tratar de lograr pruebas para empapelarlo. Así, el funcionario es arrestado, con una vaga acusación de abuso de confianza, y comienza para él un tormento de interrogatorios, a cargo de uno de los fiscales más expertos y duros del país. A pesar de la humillación y la tortura psicológica a la que se ve sometido, Yûki no desfallece: está convencido de que no hacía otra cosa que servir a su país, y que Tsuzuki es un patriota.
Intrigas políticas y judiciales
‘Rasputín, el patriota’, por lo menos en sus primeros compases, demuestra que la improbable unión de estos dos genios no solo funciona, sino que promete una serie de altura. Si bien es cierto que es una lástima la contención del dibujante en esta obra, es lo que pide la historia. Un thriller donde, más allá de las intrigas políticas, se destapa la feroz maquinaria del sistema judicial japonés, al que no le interesa tanto la verdad como el encontrar un culpable.
*Artículo publicado originalmente en la revista Z