Llega la hora del balance del XII Salón del Cómic de Zaragoza. Las cifras mandan: la Sala Multiusos cerró tras tres intensos días con 17.000 asistentes (y 9.000 entradas vendidas). Esta afluencia bate el récord anterior, fijado en 2010, el último año en el que la entrada era gratuita, con 16.000 visitas. Encima, aunque cada uno cuenta la feria como le va, los libreros estaban más que satisfechos con las ventas: no se alcanzan los niveles pre-crisis, pero se remonta. Así que, teniendo en cuenta que se celebraba a la vez Expocómic en Madrid, solo se puede hablar de rotundo éxito. No es una exageración, es una realidad.
Estas cifras son bonitas, son fáciles de poner sobre la mesa, pero son consecuencia de mucho trabajo por parte de la organización municipal y las asociaciones colaboradoras. Si algo hay que destacar en esta edición es el afán de excelencia que se han marcado las responsables del Salón. La gala de los III Premios del Cómic Aragonés, más allá de polémicas (demasiadas para unos premios modestos, sin dotación, que solo pretenden fomentar la difusión del tebeo aragonés), fue un acto que ganó en contundencia y sirvió para mostrar el cariño del público a Pepe de Taj Mahal y también a Carlos Ezquerra, que se convirtió en una de las grandes estrellas del Salón. Es posible ser profeta en tu tierra.
La novedad y gran acierto de este año fue la Batalla de Dibujantes. Fue un auténtico espectáculo que animó la tarde del viernes, tradicionalmente la más tranquila del salón. Habrá que repetir, y seguro que el año que viene se suma algún otro tipo de actividad de este estilo que logra que la fiesta sea constante en el recinto. A la batalla, que saltó a la vista, hay que sumar actividades e iniciativas menos visibles que han hecho que el engranaje funcionara casi a la perfección. Este año también hubo un gran nivel en las charlas, muy variadas -ayudo la disparidad de los moderadores- que trascendieron la mera presentación para convertirse en auténticas entrevistas con público.
Donde difícilmente se puede mejorar es en la acogida que se le da a los autores. Todos destacaban lo bien tratados que se sentían. Dibujantes como Alfonso Zapico, David Rubín o José Fonollosa, por citar a tres «repetidores» son ya como de casa. Los autores de la tierra, una vez más, fueron el gran pilar de la programación. La organización es consciente de ello, y cada año les da más protagonismo. También el público, tanto por militancia como por calidad de las propuestas, está cada vez más atento al panorama local.
Este año hubo más fanzines que nunca. Se ha corrido la voz: el Salón del Zaragoza respeta a los fanzineros y les da su espacio. Las ventas fueron dispares, pero es seguro que de la mezcolanza de tanto autor independiente surgirán nuevas e interesantes iniciativas. Algunos ya están en ello.
Hay mucho por mejorar. Por ejemplo, en la falta de variedad de los expositores, quizás el punto más débil de esta edición, y que no se le escapo a buena parte de los visitantes. También en la reiterada ausencia de algunas editoriales, algo que solo se puede achacar a que realmente no se han preocupado por conocer la realidad de esta cita. Quizás también habría que replantearse la ‘mangarización’ progresiva de salón. Es un sector del público irrenunciable, que da gran animación al Salón, pero que en determinados momentos adquiere más protagonismo que los tebeos como tal.
La voluntad de mejora está ahí, y es firme. Es algo que todos los implicados valoran. Si se respeta el modelo de salón, público y participativo, aunque parezca increíble, el año que viene será aún mejor.