«No es uno el que vuelve al pueblo, es el pueblo el que un día vuelve al corazón de uno». ‘El almanaque de mi padre‘ (Planeta Cómic), de Jiro Taniguchi, es una obra imperecedera por las emociones y sensaciones que provoca. Da igual tu nacionalidad, incluso tu cultura, hay sentimientos universales que un japonés nacido en Tottori en agosto de 1947 supo plasmar en este manga publicado en 1994, y que con tres ediciones en nuestro país, se ha ganado el título de clásico indispensable.
En ‘El almanaque de mi padre’ Taniguchi explora un tema clásico de la literatura, la confrontación de un hijo con el padre al que nunca llegó a entender. Es una de esas obsesiones que recorren la obra del autor, también explorada en la magnífica ‘Barrio lejano‘, y que inevitablemente acaba unida a la nostalgia por la juventud (por el que también se interesó en ‘Un zoo en invierno‘) .
Aquí, el hecho que desencadena los recuerdos es la muerte y consecuente funeral del progenitor, que obliga Youichi a regresar a su pueblo natal años después de abandonarlo para irse a estudiar a Tokio. Lejos de encontrarse ante una montaña de reproches, el hijo pródigo es acogido cálidamente por sus familiares, a través de cuyos recuerdos puede (re)conocer al hombre que lo crió.
A través de las palabras de su tío y de su hermana durante el velatorio, Youichi reconstruye la figura de su padre. Donde él veía medianía, cobardía y frialdad había esfuerzo, prudencia y afecto. La progresiva reconciliación emocional con el padre arroja también una nueva luz sobre el pasado: ¿Siempre tomó las decisiones adecuadas? La respuesta en obvia, pero ha necesitado llegar a su propia madurez para comprenderlo. El reencuentro también es con un espacio físico y sentimental, el pueblo natal, el lugar donde, aunque se haya pasado media vida renegando de él, se configuró como persona.
‘El almanaque de mi padre’ es un manga cuya relectura impacta. La obra es la misma, pero el lector nunca es el mismo. Solo cuando se alcanza cierta edad es posible comprender ciertas palabras, gestos y silencios. Hagan la prueba. Y si todavía no la conocen, dense el gusto de leerla por primera vez. Cuando Taniguchi escribió y dibujó este cómic no solo supo captar la indescriptible sensación de volver a cruzar el umbral del hogar, también supo transmitirlo como pocos.