Javier del Pino (Madrid, 1964) apuesta fuerte por el tebeo. Director y presentador del programa ‘A vivir que son dos días‘ desde la pasada temporada, ha introducido en la radio algo pocas veces escuchado antes: el cómic tratado con normalidad y respeto. De su mano, han pasado por los micrófonos de la Cadena SER autores como Francisco Ibáñez, Purita Campos o Carlos Giménez, del que se declara ferviente admirador.
Bregado en el oficio junto al desaparecido Carlos Llamas, fue corresponsal de la emisora en Washington D.C. durante 15 años, hasta que regresó en 2012 a España para tomar las riendas del magazine de fin de semana. Desde entonces ha puesto patas arriba las ondas, con secciones atípicas para la actual radio española, y ha colado su pasión por los tebeos en las mañanas de los sábados y domingos.
Atareado en sacar adelante el ‘A vivir’, Javier del Pino responde a las preguntas de Viñetario vía correo electrónico.
¿De dónde viene tu afición por el tebeo?
Supongo que es una cuestión generacional. Mi infancia fue la última que creció sin pantallas delante. Sólo teníamos la televisión, y verla por la noche era un privilegio que no se concedía a los niños. Por eso recuerdo mis noches, antes de dormir, pegado siempre a un tebeo. Creo que nací demasiado tarde para disfrutar con los cómics de grandes héroes, los de fuera o los más patrios, como Roberto Alcázar y Pedrín, de los que mis padres hablaban con melancolía (aunque nunca he visto a mis padres leer tebeos de mayores, algo que mis hijas me ven hacer a menudo). Yo me aferré a lo que más me divertía, que eran Ibáñez, Escobar, Vázquez, Raf… También la colección de ‘Joyas Literarias Juveniles’, creo que se llamaban así, y que eran lo más parecido a una película para mayores, y te daban la sensación de haber leído un libro, como los empollones de la clase. El dinero no sobraba, así que recuerdo leer y releer los mismos tebeos una y otra vez, por eso cuando me caía un ‘Magos del Humor’ en Reyes salivaba ante la cantidad de páginas que tenía por delante. Y creo que hasta mi lenguaje y mi sentido del humor están moldeados por aquellas noches de lectura.
Durante la pasada temporada de ‘A vivir’, el cómic ha formado parte del programa, con entrevistas a autores, tertulianos, invitados… ¿Ha sido una apuesta consciente o surgió de forma natural?
Ha sido enteramente premeditado. O mejor dicho: ha sido un ejercicio descarado de egoísmo. Para mí, poder hablar con Francisco Ibáñez es como traer a Obama al programa, sólo que Obama no se ha dejado engañar. Tenemos también un diálogo con gente que se gana la vida dibujando viñetas, Peridis, Julio Rey, Mauro Entrialgo y Aleix Saló. Son de distintas generaciones pero tienen todos una capacidad única para el retrato social. Tienen una mente privilegiada porque el dibujo les ha dado una capacidad conceptual y narrativa mucho más afinada que la del resto de los mortales.
Como aficionado, ¿Cómo consideras que se ha tratado el tebeo en los medios de comunicación? Muchas veces se ha hablado de la «normalización» -un término que ya es objeto de chanza- del cómic en la sociedad, pero raramente se ha entrevistado a un autor de tebeos igual que se ha hecho con un novelista, por ejemplo.
Creo sinceramente que el tebeo y el cómic nunca han recibido en España el reconocimiento que deberían. Te pongo un ejemplo. Entrevisté en el programa a uno de mis mayores ídolos, Carlos Giménez. La serie ‘Paracuellos’ para mí es simplemente una obra maestra. Cuando hablamos fuera de antena, me di cuenta en seguida de lo complicado que es sobrevivir en una profesión como la suya. Y le dije, con tristeza, que si él hubiera nacido en EEUU habría colas de cientos de personas en el Comic-Con para conseguir un autógrafo suyo. Él en cambio no tiene ni el seguimiento ni la posición ni el reconocimiento que merecen su talento, su trabajo y su dedicación.
¿Qué cómics sueles leer?
Releo constantemente a Hergé y cargo con mis debilidades de la infancia, que me hacen ser devoto de Astérix. Recuerdo perfectamente la sensación de comprar en el quiosco un nuevo Astérix, de los de tapa dura, es decir, de los que había que tratar con delicadeza. Recuerdo hasta el olor de tinta y el brillo de la portada. Me encantan los cómics belgas porque siempre he tenido familia en Bruselas y me encantaba visitar el Museo del Comic y meterme en las librerías a descubrir nuevas series. Envidio el respeto con el que los belgas tratan ese arte y cultivan su escuela. Tengo una buena colección en la que está desde Cédric a Lucky Luke, Titeuf, Marsupilami y –lo reconozco- los Pitufos, que esconden el trazo maravilloso y limpio de Peyo. Sigo comprando y leyendo las reediciones de Carlos Giménez en Glénat. Y no hay nada mejor que comprarse un Mortadelo antes de montar a un avión.
Durante 15 años fuiste corresponsal de la Cadena SER en Estados Unidos. ¿Qué impresión te llevas de la industria del cómic americano?
En España el cómic es un entretenimiento. En Estados Unidos es una industria. Aunque nunca me he convertido con fervor al cómic americano, me encanta entrar en esa tiendas en las que tienen cada tebeo metido en una bolsa de plástico impoluta. Es como un símbolo del respeto a la tinta de los dibujos. Y creo que es una industria muy ajustada al modelo empresarial y artístico americano, es decir, es ágil, evoluciona.
Por los micrófonos de ‘A vivir’ han pasado Carlos Giménez, Francisco Ibáñez, Purita Campos… ¿Te imponen más respeto estos grandes dibujantes que un congresista estadounidense?
No sé si me imponen más respeto, porque los congresistas suelen ser más altos y van trajeados, pero sí me provocan una dosis mucho mayor de admiración. Cualquiera puede ser político, pero a ver cuánta gente puede dibujar y contar historias como lo hacen ellos.
Periodismo en viñetas. Pasan los años y Joe Sacco se mantiene como casi único referente en este ámbito, y no lo hace desde las páginas de ningún periódico. ¿Apostarán algún día los medios por esta forma de contar?
Conozco lo que hace Sacco pero sospecho que es un experimento al que ningún medio español se arriesgaría. Bastante problemas tienen los periódicos para controlar el contenido editorial de los textos como para buscar «maldades» en unas tiras tan comprometidas como las Sacco. Pero creo que es una cuestión cultural; en España hay grandes editorialistas gráficos (léase El Roto) que hacen lo que debe hacer siempre un periodista: molestar. Y lo hacen con unos pocos trazos. Yo compraría un semanario de periodismo en viñetas. Pero ¿cuántos más lo comprarían? Vivimos en el país en el que nos ha tocado vivir.