‘Kids on the Slope’, de Yuki Kodama: seguir el ritmo

Una historia de amistad y jazz en el Japón de la segunda mitad de la década de 1960; una historia de camino a la madurez como tantas otras, pero con un pulso como pocas

La celeridad a la que va el mercado editorial -el mundo en general, en realidad- hace que series que ya tienen unos cuantos años parezcan, más que de hace una década, de otro siglo. El mismo mes y año que se celebraba el referéndum del Brexit, en un lejano junio de 2016, Milky Way Ediciones publicaba el último tomo de uno de los títulos que, sin duda, ayudaron a configurar su catálogo y su imagen entre los aficionados al manga españoles: Kids on the Slope, de Yuki Kodama. Una obra con aura de culto, en buena parte gracias al respaldo de su adaptación animada a cargo de Shin’ichirō Watanabe (Cowboy Bebop), a la que aquí llegamos con mucho retraso, sí, pero que vale la pena reivindicar porque, como hemos dicho ya en alguna otra ocasión, nunca es tarde si el manga es bueno.

Kids on the Slope (título internacional de Sakamichi no Apollon) se serializó en la revista Flowers (de demografía josei, esto es, destinada a público femenino adulto) entre 2008 y 2012, con un total de nueve tomos, más uno extra que completaba algunas tramas pendientes de la historia principal. Aunque esta ha sido su obra más popular, y la única que nos ha llegado a España, lo cierto es que más allá de este one hit wonder, Yuki Kodama tiene una carrera bastante extensa, que se remonta a piezas cortas a principios de los 2000 y que se mantiene hasta la actualidad con Ookami no Musume, una serie de corte sobrenatural de la que ya lleva cinco volúmenes publicados; por el medio, varios tomos únicos y también un romance de 10 tomos ambientado en el mundo de la cerámica, Ao no Hana Utsuwa no Mori.

¿Qué tiene Kids on the Slope que la hace especial? “Nunca se sabe dónde te va a llevar la vida. Por eso es tan fascinante. ¿No crees?”, dice uno de los personajes hacia el final del manga. En esa frase está el espíritu de esta historia de juventud a ritmo de clásicos del jazz como Art Blakey, Sarah Vaughan o Bill Evans, y que arranca en el Japón de 1966, una época de grandes cambios para el país que se reflejan en las vidas de los personajes.

La acción se desencadena cuando Kaoru, un chico retraído de buena familia, se ve obligado a mudarse a la casa de su tía, en una pequeña ciudad de Nagasaki, con el consiguiente cambio de instituto. Allí conocerá a Ritsuko, la amable delegada de clase, y a Sentaro, un chico problemático al que todos evitan. En teoría, no tienen nada en común, hasta que comienza a sonar la música… Entonces descubrimos que Ritsuko es la hija del dueño de una tienda de música, apasionado del jazz, que deja su sótano a Sentaro y a un universitario, Jun, para que puedan ensayar. Kaoru, formado como pianista de clásica, descubre un ritmo que le fascina y le lleva a, dejando de lado sus remilgos, sumarse al grupito. 

Jazz y rebeldía juvenil

El jazz es la pasión que les une, empuja su camino hacia la madurez y agita sus sentimientos. Cómo no, tan importante como la música va a ser el inevitable romance adolescente. Sin embargo, la autora introduce otros temas, bien engastados en el contexto histórico, que hacen que la obra adquiera un inusitado vuelo adulto: las consecuencias de la ocupación norteamericana, la práctica secular del cristianismo en Nagasaki, las protestas estudiantiles (y la represión) en torno a 1968, la situación de las mujeres separadas, las ansias de libertad de la juventud frente a la familia tradicional… 

Son apuntes que refuerzan una narración que, en lo puramente argumental, con su planteamiento de triángulo romántico, no deja de ser convencional. Kids on the Slope abraza la máxima de Mitsuru Adachi de que no hay periodo vital más jugoso para un narrador que la adolescencia, pero paradójicamente donde más brilla Kodama es cuando, en los compases finales de la obra – incluido el tomo extra Kids on the Slope: Bonus Track– se aleja de ella y nos muestra a los personajes adultos. 

Es entonces cuando se aprecia que todo lo contado hasta entonces, esas vivencias de juventud, con sus alegrías y sinsabores, han cincelado el carácter de unos Kaoru, Ritsuko y Sentaro por los que el lector acaba por sentir verdadero afecto. A esta impresión ayuda que todos tengan aristas e incluso, en el caso de Kaoru, que se nos presente como alguien especialmente insufrible por la tontuna de la edad del pavo.

Respecto a la música y su peso en la obra, quienes amen el jazz encontrarán un buen montón de guiños en los que recrearse, mientras que para los neófitos, la lectura deparará en una auténtica introducción a los clásicos, principalmente del mítico sello Blue Note. Aunque se incide mucho en la pasión que desata el jazz en los personajes, la representación gráfica de los momentos musicales, siempre elegante, se queda en lo meramente correcto: por un lado, resulta accesible y no despista de hilo argumental; por otro, lleva a pensar en oportunidades perdidas y en odiosas comparaciones – y aquí viene a la mente la extraordinaria sinestesia musical que desplegaba Yuhki Kamatani en Shonen Note.

De menos a más

Aun dentro de su convencionalidad, o precisamente por ella, Kids on the Slope es un manga reconfortante, que invita a recordar viejas emociones, y que lo hace manteniendo el pulso a lo largo de sus 10 tomos, con un ritmo que se va acelerando conforme se acerca a su clímax. Leída del tirón, se aprecia esta evolución de menos a más: buena prueba de ello es que fue en su tramo final cuando la serie se llevó el premio Shogakukan a mejor manga del año 2011. 

Romances adolescentes en el manga hay muchos, pero que recorran tan bien y con tanta finura una época de Japón tan intensa como los años 60 del siglo XX, pocos. Entre tanta novedad, de vez en cuando conviene hacer una pausa y darle una oportunidad a series de fondo de catálogo que, precisamente por estar siempre ahí, pasan desapercibidas. Kids on the Slope lo merece.

Kids on the Slope, de Yuki Kodama

9 tomos + 1 tomo extra, serie completa

Milky Way Ediciones, 192 páginas / B/N, 8.50 €

Traducción de Marc Bernabé