Antes de crear a su mítico personaje Corto Maltés, el italiano Hugo Pratt se fue a la guerra, literal y metafóricamente. Lo primero, porque, nacido en 1927, se vio en vuelto en el colonialismo italiano en Abisinia y, más tarde, se las tuvo que ver con las SS. Lo segundo, porque ya con las brasas de la Segunda Guerra Mundial casi extintas, el dibujante se pasó el año de 1960 en Londres ilustrando hitorietas bélicas para la agencia Fleetway Publications. El resultado de ese trabajo conforma los tres volúmenes de ‘Diario de Guerra’, cuyo primer número ha editado Panini recientemente.
Como dice Antoni Guiral en su introducción a esta obra, «la historieta británica cuenta con una peculiar tradición en nuestro país: la de ser una gran desconocida». Algo curioso si se tiene en cuenta que allí trabajaron numerosos dibujantes españoles, como Luis Bermejo o Jordi Bernet. También Hugo Pratt que, antes de crear a su pirata romántico, ilustró tebeos bélicos para las colecciones de la ya desaparecida editorial Fleetway. Estas publicaciones juveniles, que estuvieron en los quioscos de 1958 a 1984, se convirtieron en un producto muy popular, de periocidad semanal, que presentaba en formato bolsillo las hazañas de los soldados británicos.
En 1960, Pratt venía de Argentina, de realizar junto al guionista H. G. Oesterheld series como Sgt. Kirk o Ticonderoga, y todavía no había creado su obra más universal, Corto Maltés, que vería la luz en 1967. En su año londinese, el italinano puso sus lápices de estilo realista al servicio de los argumentos creados por Val Holding o Donne Avenell, entre otros. En su mayoría, estos guionistas habían vivido la guerra en el frente, y cuidaban al máximo todos los detalles.
Así surgieron las cuatro historias que pueblan este ‘Diario de Guerra’. En ‘Puño de Hierro’, tres soldados serán los primeros en probar un nuevo modelo de tanque que hará girar el curso de las batallas en tierra, en medio del incómodo escenario africano. ‘Avión guía’ narra las peripecias de un joven piloto australiano encargado de bombardear posiciones alemanas. ‘El mar escarlata’ refleja el miedo de un radiotelegrafista a bordo de un navío británico; mientras que ‘Arriba los marines’ muestra la valentía de este cuerpo, a la vez que el temor de un sargento a errar con sus órdenes.
Pratt utiliza aquí un estilo reconocible, aunque no tan personal como el que desarrollaría en Corto Maltés. Las páginas, que conservan su formato original en esta muy correcta edición, translucen que estamos ante lo que en su momento fue un producto de tirada regular, lo que debió exigirle a Pratt un fuerte ritmo de trabajo, en merma de la plena explotación de sus cualidades. Aún así, es un ejercicio gráfico de irrebatible calidad.
Más allá del arte de Pratt, ‘Diario de Guerra’ es una magnífica lección de historia militar, con notas a pie de página que complementan su lectura. Como único defecto, las historias narradas pecan por centrarse muchas veces más en los tanques o aviones que en los soldados, restándole así cierto dramatismo a una guerra rebosante de horror.