¿Qué pasaría si una epidemia disminuyera a un tercio la población de hombres y las mujeres tuvieran que ocupar sus puestos? Esto es lo que plantea Ôoku. Los aposentos privados, una ucronía que recorre dos siglos de la historia de Japón
¿Y si…? De lo más pequeño a lo más grande, esta simple pregunta, que muy probablemente surgió en la misma noche de los tiempos, nos atormenta, pero también nos invita a imaginar infinidad de posibilidades. En el ámbito de la ficción, ha dado lugar a todo un género, la ucronía, que permite especular sobre cuestiones de lo más variopintas, aunque extrañamente predominan las que imaginan a Hitler ganando la Segunda Guerra Mundial. A más llamativo el cambio respecto a la realidad histórica, más impactante es la ucronía. Pero… ¿Y si se plantea una ucronía sutil? ¿Una en la que el desvío en los hechos, en lugar de ser público y notorio, es objeto de ocultación? Esto es lo que ofrece Ôoku. Los aposentos privados (Tomodomo Ediciones, con traducción de Ana María Caro), de Fumi Yoshinaga, un manga que especula con un gobierno secreto de las mujeres durante el Japón feudal.
¿Y si… una pandemia hubiera acabado con tres cuartos de la población masculina de Japón y hubiera obligado a las mujeres a ocupar los roles tradicionales de los hombres? Ese es el planteamiento de Ôoku, una serie que se publicó en la revista josei (destinada a público femenino adulto) Melody entre 2004 y 2020. Durante su andadura, la obra de Fumi Yoshinaga (Tokio, 1971), una autora fogueada en el mundo del fanzine y luego curtida en el Boy’s Love, acumuló diversos premios, entre los que destaca el Gran Premio Cultural Osamu Tezuka de 2009, aunque ha sido una adaptación animada en Netflix (2023) la que ha incrementado notablemente su popularidad a nivel internacional.
Ôoku nos presenta una sociedad en la que las mujeres han tenido que ocuparse de las tareas del campo, de las artesanías, de los negocios, el gobierno… y los hombres supervivientes han pasado a ser codiciados como sementales, vendiendo su preciada simiente por unas monedas. En esto, también hay clases, y la élite de estos machos reproductores son los sirvientes del ôoku, los aposentos privados del sogún. ¿El sogún? Como pronto descubriremos, y aunque se mantiene el masculino para referirse al gobernante, en realidad, ante la falta de varones, el cargo pasa a estar ocupado por las sucesivas herederas de la casa Tokugawa.
Una ucronía pausible
La trama se inicia cuando Yoshimune (1684-1751, octavo sogún Tokugawa) accede al cargo y se pregunta, precisamente, por qué después de tantas décadas se mantiene la tradición de adoptar un nombre masculino. A partir de ahí, la línea argumental se retrotrae a los tiempos de Iemitsu (1604-1651, tercer sogún Tokugawa), para mostrar cómo la pandemia obligó a traspasar el cargo a una hija bastarda del anterior mandatario, y cómo para no alterar el país, se decidió mantener la ficción de que era en realidad un hombre.
La autora es muy hábil construyendo una explicación plausible al secretismo en torno al género del (la) sogún: en plena expansión colonialista de las naciones occidentales por el Pacífico, Japón decidió cerrarse, y -en la realidad alternativa que plantea Ôoku– esa defensa frente a los extranjeros incluía esconder que el archipiélago era un país gobernado por mujeres. Además, según se desprende de los primeros compases de la obra, que la sociedad funcione gracias a las mujeres no ha hecho que se altere una visión eminentemente machista y misógina que hace de los hombres la mitad privilegiada.
De esta forma, Fumi Yoshinaga, a lo largo de los diez tomos dobles que compondrán la serie, se dispone a repasar más de dos siglos de historia japonesa, haciendo cuadrar todo para que resulte una línea temporal plausible que engarce con la realidad histórica. Evidentemente, la sucesión de hitos históricos, por sí sola, no hubiera sostenido el interés del público durante tantas páginas. No hay mejor motor para enganchar que el culebrón, con las sogunes y sus sirvientes/amantes de los aposentos privados como estrellas del programa. Hay también espacio para las relaciones entre los propios sirvientes del ôoku, no pocas veces teñidas por el abuso y la violencia sexual.
Esto último se nos muestra más norma que excepción en la esfera de los aposentos privados; un ámbito regido por sus propias reglas, donde impera el secretismo, la coacción y la falta de libertad. En el primer tomo, el protagonista es un joven monje que es prácticamente secuestrado, mediante engaños y amenazas, para pasar a formar parte del harén de la sogún. Tampoco las mujeres, ni siquiera la más alta mandataria, son libres para tomar sus propias decisiones en un ámbito de poder cerrado y constreñido. El sogunato y el ôoku son entidades rígidas y seculares, de Estado, cuyas dinámicas superan a quienes los ocupan de forma temporal.
Entretenido, confuso, reflexivo
Ôoku enfrenta a sus lectores a un doble reto. Por un lado, incluso con ciertos conocimientos sobre la historia japonesa, resulta complicado situarse en los entresijos y las sucesiones de la dinastía Tokugawa. Por otro, Yoshinaga tiene un estilo de dibujo elegante y limpio. Tan limpio que, a pesar del tremendo despliegue de ambientaciones y vestuario de época, se echan de menos las florituras estético-dramáticas habituales de los shôjo y josei de temática histórica (y más en una autora que en sus inicios dibujó una parodia de La Rosa de Versalles). Y tan limpio es también el diseño de personajes que, salvo por las vestimentas, resulta a veces complicado distinguir quién es quién. No ayuda tampoco el lío de nombres, ya que muchos personajes adoptan nuevos nombres al entrar al ôoku.
A pesar de esto, la lectura de Ôoku. Los aposentos privados engancha, porque encierra la promesa de que, una vez situada la trama, su contexto y su dinámica, la vía para disfrutar del culebrón histórico quedará expedita. Hay en este primer tomo también una semilla de la que parece brotará una reflexión profunda sobre la identidad y los roles de género; otra invitación para continuar leyendo la serie.
Fumi Yoshinaga, como hicieron antes otras grandes autoras de shôjo y josei, echa mano de géneros y temáticas aceptadas para abordar y presentar a la sociedad los asuntos de fondo que verdaderamente le interesan. Así, si en Ôoku viste de ciencia ficción y relato histórico una invitación a replantearse el lugar de la mujer en la sociedad japonesa, en su todavía en curso Kinō nani tabeta? (¿Qué comiste ayer?), recurre a la gastronomía para mostrar el día a día de una pareja homosexual madura, protagonistas poco habituales en un mercado editorial en el que predominan los amoríos de juventud (un título, por cierto, muy en la línea de Cocinando juntas, comiendo juntas, de Sakaomi Yuzaki, editado en España por Tomodomo Ediciones. ¿Lo veremos publicado por aquí?). Yoshinaga demuestra una vez más que en la ficción no hay elección casual, pues cada decisión, cada detalle, esconde un mensaje.