Ojalá que el hecho de que Sarah Glidden firme el cartel del XIX Congreso de Periodismo Digital de Huesca anime a muchos futuros y presentes periodistas a leer ‘Oscuridades programadas‘ (Salamandra Graphic), la segunda novela gráfica de esta dibujante estadounidense. En la línea de Guy Delisle (‘Pyongyang’), Glidden (Boston, 1980) se ha especializado en el cómic de no ficción; al igual que el autor canadiense, lo ha hecho sin formación periodística previa, pero con dos de los ingredientes básicos de la profesión: curiosidad y ganas de contar las cosas. Su voluntad documental, unida a su fidelidad a los hechos, convierten ‘Oscuridades programadas’ en una apasionante invitación a reflexionar sobre el oficio de periodista, amén de mostrar las secuelas de la intervención de Estados Unidos en Oriente Medio.
La guerra de Iraq – la segunda Guerra del Golfo- concitó en 2003 una oposición masiva y global. En perspectiva, podría decirse que la inteligencia colectiva previó mejor que los halcones del Pentágono el desastre que se avecinaba, ya no solo en cuestión de víctimas directas, sino en el plano geopolítico. De aquellos polvos vinieron estos lodos… Sarah Glidden y su amiga Sarah Stuteville participaron en las manifestaciones contra la guerra. Siete años después, en 2010, el conflicto las volvió a unir en una empresa arriesgada: Glidden formó parte del equipo de periodistas del Seattle Globalist, el joven medio digital confundado por Stuteville, en un viaje de dos meses por Turquía, Siria e Iraq con el objetivo de mostrar a sus compatriotas los efectos de la invasión de Iraq. Junto a ellos, otro invitado ajeno al periodismo: Dan, exmarine y antiguo amigo de adolescencia de Stuteville.
Las crónicas post 11-S hicieron popular la figura del periodista empotrado: aquel que viaja junto a una unidad del ejército, lo que le permite estar sobre el terreno con ciertas garantías (no tanto de seguridad como de acceso), pero también limita sus movimientos y palabras. Sarah Glidden ejerce en ‘Oscuridades programadas’ como «dibujante empotrada» en una expedición en busca de material para crónicas, reportajes y artículos, en los más diversos formatos. Junto a Sarah y Alex, va a aprender cómo trabajan los periodistas rigurosos, cómo hay meses de preparación antes del desplazamiento, cómo contrastan sus fuentes, cómo intentan buscar los distintos ángulos de un mismo hecho, cómo se las apañan para burlar las trabas burocráticas… También cómo surgen artículos a salto de mata y cómo se tuercen los planes.
‘Oscuridades programadas’ se mueve en dos planos bien delimitados. Por un lado, como hemos dicho, la reflexión sobre el oficio de contar: la dibujante se mimetiza con sus compañeros de viaje y se transforma ella misma en cronista del hecho periodístico; a través de sus ojos neófitos queda registrado el proceso de trabajo de unos reporteros que aúnan la pasión y la ética con el ‘todoterrenismo’ de la era digital. También, cómo no, hay idealismo: «Todo lo que hago como periodista se basa en el convencimiento de que al exponer información e ideas la gente se cuestionará cosas que daba por sentadas», dice en un momento dado el personaje de Sarah Stuteville.
Por otro lado, Glidden narra también lo que sus compañeros de aventura han ido a buscar. Sus amigos del Globalist quieren centrar la mirada en los refugiados iraquíes. A través de decenas de entrevistas, con y sin grabadora puesta, radiografían un panorama desalentador: el de los miles de iraquíes de clase media, aquella destinada a ser la avanzadilla de la reconstrucción del país tras el derrocamiento de Sadam Hussein, varados en campamentos y ciudades sirias, sin esperanza y con rabia. El drama de estos refugiados, como apunta Glidden, pasó pronto al olvido cuando Siria saltó por los aires y los hasta entonces anfitriones siguieron el mismo destino que sus huéspedes, esta vez con destino a una Europa refractaria. El efecto dominó de la geopolítica es así de enrevesado: tres tipos se reúnen en 2003 en una isla del Atlántico para hacerse una foto y 15 años después los partidos de extrema derecha hacen su agosto enarbolando el discurso del miedo al refugiado.
Hay una tercera trama en ‘Oscuridades programadas’, tan sutil como las acuarelas de Glidden. Las dos líneas principales que sigue la narración convergen en un personaje lleno de aristas, Dan. El exmarine es un tipo peculiar: se posicionó contra la guerra pero luego consideró que podía ayudar alistándose al Ejército y sirviendo en Iraq. Con este viaje su amiga Sarah trata de sacar a la luz las contradicciones del antiguo soldado, pero él parece querer reafirmarse en que su decisión fue la correcta. Dan es del todo desconcertante, y pone a la periodista contra las cuerdas de su rigurosa deontología: ¿Está actuando bien tratando de forzar al exmarine a que cuente lo que ella busca? ¿Fue un error pensar que entrevistarlo no podía poner en riesgo su amistad, o que esa amistad no iba a limitarla a la hora de abordar sin ambages cuestiones espinosas? La historia de Dan habla de lo que fue la guerra, pero también de que en el periodismo las ideas preconcebidas son malas compañeras de viaje.
Quizás cuando Sarah Glidden hizo las maletas en 2010 para irse a Oriente Medio era solo una dibujante con inquietudes, pero tras aquel viaje y los seis años que le llevó acabar ‘Oscuridades programadas’, se licenció en periodismo. La mirada honesta y con un punto de inocencia de la autora, unida a las disertaciones de su amiga Sarah, que ni en medio del desierto puede dejar de reflexionar sobre su profesión, son todo un estímulo para quienes tienen inoculado el veneno del que José Martí Gómez llamó «el oficio más hermoso del mundo».