Riyoko Ikeda, creadora de La Rosa de Versalles, se adentra con Querido hermano… en un culebrón estudiantil de una intensidad dramática que roza el terror
Ojos grandes, flores al fondo, paladas de brilli-brilli y drama por un tubo. La fórmula de Riyoko Ikeda (Osaka, 1947) -y que en verdad, como si de una mente colmena se tratara, aplicaron las grandes autoras de shôjo de los años 1970, las conocidas como Grupo del 24– puede parecer simple, pero esconde un código muy depurado, una serie de recursos gráficos y narrativos que, bajo esa apariencia que hoy es cliché, permiten abordar todo tipo de temas y adentrarse en lo más profundo de las pasiones humanas. Lo habíamos visto en La Rosa de Versalles (1972-73), su serie más famosa, y también en Claudine (1978), ambos dramas de ambientación histórica. Sin embargo, quizás nunca habíamos visto a esta mangaka más desatada -y eso ya es decir- que en Querido hermano… (1974), una obra recién editada en España por Arechi.
Querido hermano… sitúa su acción en un lugar mucho más melodramático que una revolución: un instituto privado para chicas ricas. Solo hay que recordar la famosa cita de Las vírgenes suicidas de Jeffrey Eugenides (“Está claro, doctor, que usted nunca ha sido una niña de trece años”), para darse cuenta al instante de que, muy probablemente, un instituto, epicentro de la vida adolescente, canalice más energías que un colisionador de hadrones.
La protagonista es la dulce e inocente Nanako, a la que conocemos recién ingresada en su nuevo y elitista centro educativo. Allí es seleccionada para formar parte de una exclusiva sororidad de alumnas, un club social rebosante de altiveces, envidias y celos. Sin saber muy bien por qué ha sido elegida, se ve envuelta en una tormenta de pasiones cruzadas entre las chicas más populares del instituto. De sus propias cuitas, y de las ajenas, dará cumplida cuenta, vía epistolar, a su “querido hermano”, un antiguo tutor de estudios al que la chiquilla adopta como figura fraternal y con quien, en realidad y para sorpresa de nadie, está unido a través de un oscuro secreto familiar.
A las circunstancias habituales en dicho ecosistema se unen otras de un mayor calado, cuestiones como el suicidio, el abuso de las drogas o la enfermedad. Igualmente, la autora se mantiene fiel a su motivo más querido: la ambigüedad de género, representada por las verdaderas heroínas de esta historia, la atormentada Saint-Just (apodo que viene de la Revolución Francesa, autoreferencia de Ikeda a La Rosa de Versalles) y la misteriosa Kaoru. Son temas que la autora aborda de manera sorprendentemente abierta, teniendo en cuenta que se publicaron en una revista para adolescentes como Margaret. Muy probablemente, Ikeda era consciente de que justo esa ruptura de tabús haría interesante la obra para las lectoras; además, una cosa era el público objetivo de la revista (chicas de 11 a 15 años), y otra muy diferente quienes realmente la leían, que a buen seguro estaban por encima de la edad que marcaba su target.
Culebrón barroco
El argumento de Querido hermano… es puro culebrón, pero bajo el barniz de intensidad dramática y grafismo barroco de la autora, resulta en un manga sorprendentemente oscuro. Tanto es así que, en algunos pasajes, y sin necesidad de recurrir a lo sobrenatural, recuerda a clásicos del cine de terror ambientados en institutos e internados femeninos, al estilo de Carrie (Brian de Palma, 1976) o Suspiria (Dario Argento, 1977).
En este sentido, y de vuelta al código gráfico y narrativo que el shôjo estableció en sus años más gloriosos, hay que destacar su inagotable fuente de recursos para plasmar emociones y estados de ánimo. En Ikeda encontramos a una expresionista, en la acepción no tanto referida al movimiento artístico sino a la primacía de la traslación subjetiva de los sentimientos sobre la representación de la realidad. Las líneas negras que envuelven a la protagonista cuando la angustia la atenaza, o las figuras completas que se precipitan a un abismo a lo largo de la página, muestran una senda que, sea adquirida o hallada por cuenta propia, encontramos de forma habitual en el terror de Junji Itô. Otros recursos, como las flores y el brilli-brilli, han sobrevivido en el manga romántico o, de forma irónica, en otros géneros. Lo difícil hoy en día, quizás, es verlos combinados en una sola obra, casi de una página a otra, con la maestría que demuestra Ikeda en Querido hermano…
La lectura detenida de Querido hermano… invita también a reflexionar sobre la influencia decisiva que tiene en la obra de Ikeda su pasión por la ópera. No hay que olvidar que la autora decidió en 1995 dedicarse a la música como cantante lírica, y como tal ha ofrecido recitales en lugares como Roma o -cómo no- Versalles; posteriormente, al inicio de los 2000, publicaría una adaptación al manga de El anillo del nibelungo de Richard Wagner. Sin duda, la emoción y estética de la ópera se reflejan en la afectación de sus personajes, el dramatismo de sus argumentos y en el cuidado de sus ambientaciones y vestuarios.
Querido hermano…, de Riyoko Ikeda
3 tomos (completa)
Arechi Manga, 186 páginas / B/N, 9,95 €
Traducción de Marta E. Gallego