Con la resaca del XXI Salón del Cómic de Zaragoza aún en trámite de disiparse, y tras haber respondido ni se sabe las veces a la pregunta ‘¿Qué tebeo me recomiendas para comprarme?’, hacemos una excepción en nuestro habitual menú de reseñas para ofrecer una rápida selección de seis cómics españoles publicados a lo largo de 2022 que bien valen una visita a la librería o biblioteca más cercana. Bendiciones en forma de viñeta.

El fuego, de David Rubín (Astiberri)

Palabras mayores. David Rubín (Ourense, 1977) es un hombre de profundas convicciones; entre ellas, que por muy bien que paguen su trabajo para Estados Unidos, hay que hacer industria aquí. De esta decisión, y de la cocción lenta de ideas que le rondaban desde hace años, surge El fuego. Una novela gráfica visceral, intensa, dolorosa por momentos, que bajo su pátina de ciencia ficción no deja de ser un certero espejo de nuestra realidad. Los anhelos y angustias de un hombre ante un destino más grande que la vida, de quien se espera todo, que se cree omnipotente, pero que no deja de ser frágil, humano. Esposo, amante y, sobre todo, padre. Una fábula íntima que contrasta con el rotundo despliegue gráfico del gallego, cuya bagaje acumulado se deja notar cuando toma la decisión más acertada: la contención.

Mi vida sin rosa, de Lizth Bianc (Fandogamia)

Sorpresa, sorpresa. El jurado de los Premios del Cómic Aragonés eligió este título como la Mejor Obra Nacional de esta edición. Sorpresa, sorpresa… para quien no haya leído este cómic. Porque la granadina Lizth Bianc ofrece en este tebeo un extraordinario ejercicio de reflexión en torno a su experiencia como mujer cis en una sociedad patriarcal. A partir del hecho de que desde niña ha percibido siempre en lo femenino una posición de desventaja (con ejemplos muy concretos y reconocibles), la autora desgrana las etiquetas de género, la presión social e incluso la violencia que sufren las mujeres. Todo se expone de forma cruda, pero también sorprendentemente llana y didáctica gracias a un estilo de dibujo casi kawaii. Un cómic que invita a repensarnos como individuos y como sociedad.

Transitorios, de Nadar (Astiberri)

Como Rubín, a Nadar (Castellón de la Plana, 1985) le siente de maravilla volar en solitario. El autor ya nos había mostrado su maestría para el relato corto en El mundo a sus pies, pero de este ya han pasado unos cuantos años, y con la experiencia ganada en el mercado francés, ha pulido su narración hasta hacerla ejemplo de concisión y elegancia. El resultado son cuatro cortes tan breves como punzantes, en los que, cual Woody Allen en sus momentos de gloria, saca a relucir las grandezas y bajezas humanas a través de un humor sutil. Especial mención merece su habilidad para el retrato psicológico de los personajes en apenas unas páginas, y más con caracteres tan variados, desde un adolescente resabiado a una dibujante de cómic desengañada. Pura fineza.

Espada, de Anabel Colazo (La Cúpula)

Anabel Colazo (Ibiza, 1993) pertenece a una generación de autoras que, como Núria Tamarit o Xulia Vicente, dieron el salto del fanzine al mundo profesional aportando una bocanada de aire fresco al cómic español gracias a su desparpajo a la hora de afrontar lo fantástico desde un enfoque amplio y desprejuiciado. En el caso de Colazo, si primero nos sorprendió con dos obras en línea con el misterio sobrenatural costumbrista y a pequeña escala (Encuentros cercanos, No mires atrás), en su tercera obra larga, Espada, se ha adentrado en una fantasía que aúna ecos medievales con naves espaciales. Una novela gráfica donde lo argumental -que lo hay, y con fundamento- queda ampliamente sobrepasado por lo sensorial, gracias al increíble despliegue gráfico y de color de la autora. Una fantasía en todos los sentidos.

 

El maestro, de Furillo (Autsaider Cómics)

Si de Espada decíamos que sobresale en lo sensorial, nos quedamos sin adjetivos para describir las cotas que en este ámbito alcanza El Maestro de Furillo (Zaragoza, 1976). Porque pocos pueden presumir como el sensei de lo escatológico de llevar de la carcajada a la arcada en solo cuatro viñetas, que es la imperturbable estructura en la que habita su protagonista, un torero retirado poco amigo de las formas y de la higiene. Si uno repasa el anterior álbum del personaje, publicado por el TMEO (donde aparecen originalmente serializadas estas planchas), salta a la vista la extraordinaria evolución del autor no tanto en los temas, que se mantienen, sino en la expresión gráfica de lo asqueroso. Salpica que da gusto.  Furillo no tiene rival en lo suyo, sea lo que sea lo suyo.

La estirpe fracasada, de Elisa Riera (Astiberri)

Una de las joyas ocultas de este año. Elisa Riera (Barcelona, 1981) aparca el relato autobiográfico que recorrió en sus dos primeros trabajos (El futuro es brillante, Una laowai en Sanghái) y se zambulle en la ficción con una novela gráfica sobre una familia que, como escribió Tolstói, es infeliz a su manera. Es un auténtico placer ser testigo de las miserias de una prolija estirpe de rancio abolengo, que, en su descenso por el árbol genealógico, deja atrás el abolengo y se reafirma en lo rancio. Mucha gente rata-rica por la que cuesta sentir pena, y mucho salseo consanguíneo que resulta la mar de entretenido. Como mirar detrás de las cortinas de un palacio, o peor aún, de un chalet adosado.