Santi Blasco y Chema Cebolla firman en ‘Tajubo’ un notable relato de terror rural a orillas del río Ebro

Tajubo

Auténtico. Este es el adjetivo que mejor encaja con ‘Tajubo‘ (Editorial Cornoque), la sorprendente colaboración de Santi Blasco al guion y Chema Cebolla al dibujo. Un viaje a las profundidades del Ebro, al terror ancestral e intangible que esconden «los cuentos de viejos». Podría ser un relato a orillas del río Mississippi, pero esta historia es un legítimo destilado de la esencia del terruño ribereño íbero; un brebaje espeso e intenso con vocación de clásico.

Tres amigos (aunque tampoco mucho) se disponen a pasar unos días de pesca en el Ebro. Un par de «zodiacs», una nevera con cervezas y longaniza, un «camping-gas» y aparejos de pesca son sus aliados para intentar atrapar a los gigantescos sirulos que moran en las oscuras aguas. Sin embargo, un aroma a pescado podrido impregna el ambiente, algo agita los árboles de la orilla… De las profundidades emerge el Tajubo, un ser primigenio a cuya llamada es imposible resistirse.

‘Tajubo’ es lo contrario a la Expo 2008. Si aquel acontecimiento sirvió para civilizar el río a su paso por la ciudad, aquí es el hombre quien se adentra en el río más salvaje, quien se aventura en un cauce sin domesticar cuyo contraste con el secano circundante aún lo hace más enigmático. Viejas presas en ruinas, pueblos fantasma con rondalla zombi, inquietantes granjas de cerdos y hasta una pareja de la Guardia Civil son algunos de los paisajes y paisanajes que asoman por este viaje aguas abajo.

Santi Blasco firma un relato de tintes lovecraftianos, de prosa hipnótica; lo hace, además, sin renunciar al humor que caracteriza su producción en solitario (‘Los cuentos de la granja’, el fanzine Estafermo…). Esta concesión humorística resulta extemporánea en la densa atmósfera gótica del conjunto, aunque no deja de entroncar con el ruralismo que impregna la obra. Lejos de mostrar un campo idílico,  los autores saben explotar su lado inquietante, con detalles genuinos como los gritos de los tocinos en la noche cerrada o un coche abandonado en mitad de la espesura.

Por su parte, Chema Cebolla, creador del personaje Harry Clever y de un universo propio que parece inagotable, realiza aquí el que probablemente sea su mejor trabajo tanto en la línea como en el color. Su diseño de la narración acompaña la cadencia del relato y crea una atmósfera envolvente. Respeta al máximo el texto de Blasco, una opción que tiene su ventaja, puesto que el martilleo de las palabras en cada viñeta marca un ritmo muy particular, pero también su inconveniente: quizás silenciar al narrador para dejar hablar al dibujo hubiera dado mayor impacto a algunas escenas.

Pequeños detalles que no empañan el conjunto: ‘Tajubo’ es una obra notable, de largo aliento. Los autores han bromeado en la promoción diciendo que «aún no se ha publicado y ya es un clásico». En cierta medida no les falta razón. ‘Tajubo’, y tómese esto por alabanza, podría haberse escrito lo mismo en 1920 que en este 2020, y seguramente en 2120… si llegamos. Está llamado a perdurar, solo le faltará encontrar lectores que se dejen atrapar por la llamada del Tajubo.